Varias veces me he encontrado, en las relaciones y en las redes sociales, a personas que dicen ser de una manera, pero que responden de otra según los traten. «Así como me tratan, trato», se convierte en su lema. Es natural reaccionar ante los estímulos, ya sea positivos o negativos, de una forma recíproca y proporcional, pero también está el riesgo insidioso de volverse dependiente de las acciones de los demás.
Supongamos que alguien nos hace un desaire. Quizá la tentación sea hacerle lo mismo en cuanto se presente la oportunidad. Sin embargo, si lo hacemos estamos dejando que el comportamiento de esta persona determine el nuestro, cuando no conocemos las circunstancias que la llevaron a actuar como lo hizo. Quizás estaba de malas o de prisa, o tenía otras cosas en la cabeza y nosotros lo tomamos como algo personal. No sólo nos perdimos en cierto grado a nosotros mismos, perdimos algo de nuestra auténtica esencia, sino que convertimos lo que quizás era algo circunstancial en un condicionante para nuestra relación con esa persona, iniciando un círculo vicioso, en el cual nos hacemos a la idea de que ambos «nos caemos mal», un interminable «pierde - pierde». Algo parecido ocurre en la situación contraria, cuando alguien tiene un gesto amable hacia nosotros o nos hace saber que le caemos bien, o hasta que le gustamos. La reacción aceptable es la reciprocidad, tratar de hacer algo bueno por la persona o mostrarles nuestro afecto. Al igual que en el caso anterior, al hacerlo corremos el riesgo de crear falsas expectativas o de crear un círculo virtuoso de tratar de «quedar bien» con la otra persona, que puede llegar hasta la hipocresía. En ambos casos, el peligro es dejar de ser nosotros mismos. Este riesgo es importante si tomamos en cuenta que nuestra experiencia r4 vida es única, irreemplazable e irrepetible y que el mayor regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos es vivirla en nuestros propios términos, cualesquiera que éstos sean; obedecer nuestros más auténticos impulsos, instintos y aspiraciones es lo que le da y mantiene el sentido a nuestras vidas. Es obvio que cierto grado de reciprocidad es parte de las relaciones interpersonales. Dejar que determinen nuestro comportamiento y nuestro sentir significa perder lo que nos hace diferentes y únicos. No te trato como me tratas, te trato de acuerdo con lo que siento por vos. Esto es mucho mayor que los últimos comportamientos de la persona y en el límite incluye que todos compartimos la misma experiencia humana, frágil y pasajera, coincidiendo en el tiempo. La ecuanimidad, a fin de cuentas, nos remite a nuestros sentimientos más profundos. En la escritura de novelas y en la literatura en general, es indispensable mantenerse lo más cercano posible a uno mismo; no ponerse a pensar si el texto va a gustar o va a ofender a determinado grupo, aunque tampoco predicar ni saldar cuentas. Se trata de darle vida a lo que pensamos y sentimos por medio de una narración, con la mayor fidelidad posible. Quienes condicionan su comportamiento al de los demás, quienes «tratan como me tratas» actúan de una manera comprensible, pero no se dan cuenta de que están sacrificando su propia esencia, lo cual multiplica el agravio que les hicieron; en el caso que alguien dé una satisfacción, toca aceptarla con gracia. sin sentirse comprometido a reciprocarla de inmediato, con miras a equilibrar la supuesta balanza. En literatura, como en muchas otras áreas de la vida, la originalidad viene de la sencillez de ser uno mismo. A diferencia de lo que insinúa la famosa canción, esta facultad está al alcance de todas las personas. Adjunto una foto de Paul Anka, el autor de la versión inglesa de My way.
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