Me pasé a vivir a la orilla del lago cuando me fui de casa. Me pareció maravilloso que tuviera aguas azules y quedara a 25 kilómetros de donde yo trabajaba; iba y venía en media hora y tenía un cayuco y un velero sencillo para los fines de semana. De allí me pasé a una cabaña, a otra casa, luego a otra y por último a otra cabaña; viví cortos períodos en otras partes.
Viviendo en la segunda cabaña, me invitaron a dar una vuelta en el catamarán del novio de una amiga. Me encantó el velero; me junté con el importador, escogí los colores y el equipo auxiliar y le confesé que no tenía ni un centavo. Me dijo que se lo pagara como pudiera y me animó a meterme a las competencias. Así conocí gente que de otra forma no habría conocido; todavía conservo amistades de esos tiempos.
Uno de ellos me dijo que, si tanto me gustaba vivir a la orilla del lago, comprara un terreno y él me diseñaría una cabaña a mi gusto. Seguí su consejo y a trabas y rempujones hice la casa donde tengo 25 años de vivir. El clima y la vegetación exuberante de la boca costa y el agua caliente natural la han convertido en un lugar de fiestas, deporte y descanso, además de trabajo; durante años, salí a nadar enfrente, uno o dos kilómetros.
El flujo de agua de Amatitlán va de Oriente a Poniente. El río Villalobos, el mayor contaminante, entra y sale por el lado Poniente y el Relleno sirve de barrera. De este lado, donde vivo, hay menos contaminación y no hay malos olores, aunque las aguas ya no son azules, sino verdes, por la constante explosión de algas causada por la entrada de fertilizantes agrícolas y desechos orgánicos. Igual se ven hermosas, menos cuando se forma una nata por el florecimiento de cianobacterias; esto también hace que las aguas sean venenosas, aunque para intoxicarse uno deba tragar mucho más de la que se le mete a la boca nadando. Cuando sopla viento las algas superficiales se revuelven y durante los hermosos atardeceres tampoco se notan.
Como muchos, sigo aprovechando el lago; frente a mi casa los pescadores sacan 30 libras por lanzada. Para que más gente lo pudiera disfrutar, habría que comenzar frenando el ingreso de aguas residuales contaminadas, la mayoría de origen municipal. Hay 225 plantas de tratamiento que no operan, pero los alcaldes tienen otras prioridades y cada tres años piden prórroga para no tener que cumplir con el acuerdo 236-2006, que regula la calidad de los efluentes municipales; esto podría cambiar, haciéndoles conciencia a ellos y al Ministerio de Ambiente.
Una vez mejorada el agua, sería posible tratar las cianobacterias y los metales pesados. El lago queda a 10 km en línea recta de la estación Petapa de la EMPAGUA y podría aportar 20 millones de M³ anuales al suministro de una ciudad sedienta. Esto resultaría ser la mayor bendición.
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