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Animales del río

La última vez que vi un manatí fue hace como tres meses. Iba regresando al puente y el animal asomó su cabeza y lomo justo donde termina el Golfete. El anterior lo había visto hace muchos años a la misma altura, sólo que más cerca de la orilla. Otra noche me metí bajo de agua y escuché su lamento, largo y agudo. Platicando con don Juan una vez, le pregunté si él había visto manatíes. «Hace como seis meses me dieron un pedazo», contestó. Dijo que la carne del manatí era la mejor de todas porque tenía partes con sabor a cerdo, otras a res y otras a pollo. Le dije que no había que comérselos porque estaban en peligro de extinción. «Ay, Dios», dijo. «Si aquí matar un manatí es más peligroso que matar a un cristiano. Allí si lo agarra a uno la CONAP». Mucho después, Pascale vio uno nadando cerca del principio del Golfete. Manatíes sigue habiendo, a pesar de los gustos culinarios de gente como don Juan y sus descendientes culturales. Verlos es cuestión de horario y suerte; por lo general, se asoman de madrugada. Otra vez estábamos con don Juan platicando en la salita, desde donde vimos a dos nutrias macho peleándose en un pequeño cayo que había frente al muelle de la cabaña. El perdedor salió huyendo en dirección nuestra, llegó hasta el centro de la sala, nos miró a uno y a otro y corrió rápido de vuelta al río. Don Juan y yo nos miramos, admirados. La nutria se conoce aquí como perro de agua. Tiene fama de ser un animal muy bravo. Se ha sabido que si un cayuco se le atraviesa lo muerde con ferocidad. No parecen porque son animales graciosos. Hablando de animales dientudos y graciosos, hace un par de meses vino una cotuza a buscar comida detrás de la cabaña; parda, huidiza, gordita. Se lo comenté al otro Juan y me dijo que también eran buenas para comer. Aquí la gente sólo en eso piensa o, como me dijo otra vez don Juan, «todo se come». Cada quien con su gusto. Don Juan también me dijo que la comida favorita del jaguar, o sea del tigre, son los micos. Cuando caza uno le pone su marca, «la marca del tigre» y lo deja pudriéndose unos días. Los demás animales no lo tocan porque saben de quién es. Al descomponerse se suaviza y agarra, para los jaguares según don Juan, un mejor sabor. Mis perros hacen lo mismo cuando matan a un tacuacín: lo dejan descomponerse un par de días y de allí se lo comen. Los de Pascale trataron de hacer lo mismo con un puercoespín. Quedaron como alfileteros y un veterinario tuvo que sacarles las espinas, una por una. Justicia, en el reino animal. Hace años, había un árbol de anonas junto a la cabaña. De noche venían bandadas de micos a comérselas; no dejaban dormir. Una vez vino el otro Juan temprano, a echar un vistazo y vio cómo desde el cuarto de huéspedes del segundo piso saltó un jaguar, tocó el suelo y de otro salto desapareció entre el monte; la puerta del cuarto de visitas daba al árbol y el tigre se daba el lujo de atalayar a los micos echado en la cama. Este mismo Juan tenía un gallinero detrás de su casa. Una noche oyó un ruido y pensó que algún animal estaba molestando a sus chompipes y gallinas. Agarró su rifle de un solo tiro y al llegar al gallinero había un tigre, mirándolo. Juan se puso a temblar y el jaguar dio la vuelta y se metió entre el monte. Juan le disparó por no dejar y no le pegó. Después se dio cuenta de que faltaba un chompipe «¡Lo que más me extrañó fue que el tigre tenía una gran barba blanca», me comentó. «¿De qué color era tu chompipe?» «Blanco». Misterio resuelto. Otra vez oí un ruido en un árbol cercano. «¿Querés ver un micoleón?» le pregunté a Pascale. Me asomé a la ventana, alumbré y cabal había un micoleón en el árbol de escoba. Nos alegramos de verlo y yo por casualidad apunté la linterna hacia abajo y descubrí a un tipo agachado, cargando mi hielera. Le grité que la soltara, corrí a traer la 25 que había llevado y le disparé a la par. Soltó la hielera y corrió entre el monte y el resto es otra historia. Con todo el escándalo, el micoleón desapareció y no lo he vuelto a ver. Durante la época seca, el mar entra al río, que deja de ser dulce. He visto delfines en el Golfete y se consigue camarón y langostino por casi nada. Una vez vi un tiburón de unos dos metros cerca de la orilla; su aleta mostraba una dentellada, como si también se hubiera peleado. He visto tucanes, iguanas, cangrejos, tortugas y una vez una barbamarilla. La trajo don Juan del río Lámpara y la mantuvo en una jaula sin comer durante tres semanas. Cuando la sacó para enseñármela, se puso a hacer con ella todas las suertes de su circo de culebras. El incidente y su desenlace lo narro en la novela La suerte legendaria de don Juan. Como él mismo dijo, los animales, incluyendo el jaguar, le temen y le huyen al humano. Saben que es el animal más peligroso. Lo mejor que se puede hacer con los animales es dejarlos tranquilos, algo que el mismo don Juan se negaba a hacer, convencido de que tenía poderes, que le hacían caso. Me lo demostró llamando a su gallo desde una larga distancia. Si uno se va a poner a jugar, es más recomendable hacerlo con un gallo que con un jaguar o una serpiente, aunque nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta. Por sobre todo, aprender a vivir y dejar vivir con todas las demás maravillosas especies de esta Tierra es la única forma de que no nos convirtamos en la causa de una gran extinción masiva, el equivalente homínido de la extinción Pérmico-Triásica. Sería un dudoso honor, que de pasada nos podría pasar llevando.



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