La democracia fue una forma sesgada de gobierno desde sus comienzos en Grecia, hace 2,600 años. Sólo los hombres «libres» podían votar, no así las mujeres ni los esclavos. Aunque los Estados Unidos no mencionan la palabra democracia en su Constitución de 1787, el concepto quedó sobreentendido por la forma en que se realizarían las elecciones al Congreso y al Ejecutivo.
El derecho al voto de las mujeres en ese país fue legalizado hasta 1920 y aunque los afroamericanos podían votar desde 1870, muchos encontraron obstáculos significativos a causa de leyes discriminatorias y prácticas como los impuestos electorales y las pruebas de alfabetización; la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho al Voto de 1965 eliminaron estas barreras y garantizaron de manera más efectiva su derecho al voto.
En 1917, el presidente Woodrow Wilson utilizó por primera vez la expresión «hacer el mundo seguro para la democracia» para justificar la entrada de los gringos a la Primera Guerra Mundial. Desde entonces, esta frase ha sido usado para justificar golpes de estado en Venezuela, Guatemala, Chile, Argentina y Bolivia, por mencionar sólo a los más conocidos. La democracia siempre fue un concepto sesgado y desde Wilson una justificación para intervenciones políticas a conveniencia de los Estados Unidos.
Esta parcialización de la democracia no es exclusiva de los gringos. Todos los gobiernos son autoritarios, unos más y otros menos, unos en forma descarada y abierta y otros en forma solapada. Bukele está a la cabeza de las preferencias de los gobernantes del mundo; el Ranking Mitofsky del mes de julio de 2024 lo ubica en el primer lugar, con un 93% de aprobación, a pesar de que su gestión ha sido objeto de críticas a nivel internacional, en especial por su enfoque autoritario y su política de mano dura contra las pandillas.
No es casualidad que el procurador general de los Estados Unidos nominado por Trump se haya declarado admirador de las cárceles salvadoreñas. Sin embargo, lo que más les atrae a los demás mandatarios es que Bukele sea autoritario, pues es lo que ellos mismos quisieran ser, si pudieran o se atrevieran. La excepción en este continente fue Pepe Mujica en el Uruguay, aunque de momento se le debería dar algún beneficio de la duda a Bernardo Arévalo, a pesar de su alineación con la política gringa y el largo trecho que le falta por recorrer.
La gran mayoría de gobernantes que se dicen democráticos son, en el fondo, autoritarios, con excepciones como la mencionada. Mujica, fiel a sus mismas convicciones, cumplió sus cuatro años y se fue. Se conformó con hacer su parte al establecer algunas reformas progresistas en el Uruguay, quedando por ver cuál será su sostenibilidad e impacto.
Tampoco es de extrañar que el autoritario Trump haya sido electo presidente de los Estados Unidos. La democracia gringa siempre ha estado al servicio de su imperialismo y el imperialismo es en esencia autoritario. Lo que sí es novedoso es el descaro con el que Trump pregona ese autoritarismo y el hecho que sus votantes y partidarios lo apoyen sin reservas, renunciando así a cualquier pretensión de tener derechos democráticos propios.
Al mostrar el cobre y obviar todas las pretensiones, el gobierno que más pregona la democracia en el mundo ha reconocido ser tan autoritario como el de Putin, Bukele, Bolsonaro y el de los otros de los países que tanto critica. Nadie en su sano juicio va a aceptar que alguien más decida por él o por ella, a menos que padezca de infantilismo crónico, por lo que el fin de las pretensiones de democracia de quien se autonombra su líder a nivel mundial significa el fin de las presunciones de legitimidad de los gobiernos.
El siguiente paso en la evolución política de la Humanidad podría ser el anarquismo. Esto no significa el caos, sino sociedades donde todos los ciudadanos y ciudadanas hayan evolucionado lo suficiente como para no necesitar gobiernos. Las leyes de convivencia, escritas o no, prevalecerían y se minimizarían los conflictos; las obras de interés público se realizarían por concurso entre empresas calificadas y bajo la supervisión de comités ciudadanos y no se cobrarían impuestos, sino peajes. Tampoco habría necesidad de ministerios de Defensa porque al no haber políticos ningún país atacaría a otro.
Para llegar a este nuevo estadio, haría falta una educación amplia y generalizada, además de concientización y madurez cívica, todo lo cual requiere de una equidad económica y social que la mayor parte de países del mundo está muy lejos de alcanzar. Mientras tanto, seguirá habiendo gobiernos de todo tipo, socialistas, capitalistas o laissez faire, incluyendo estados plurinacionales y la democracia no pasará de ser una pretensión, mientras que la naturaleza autoritaria de los gobernantes será cada vez más difícil de disimular. Tendrían que pasar muchos años y hasta siglos antes de que un anarquismo civilizado se hiciera realidad, pero es evidente que la etapa «democrática» quedó atrás, en tanto que el autoritarismo es inaceptable a nivel intelectual.
La Evolución no tiene noción del tiempo. Han pasado dos milenios y medio desde que los griegos inventaron su democracia y puede pasar otro tanto igual mientras se encuentran formas de convivencia que valoren todas las vidas por igual. No serán transiciones fáciles y aunque a la Evolución tampoco le importan el dolor y la muerte ¡se esperaría que a un número suficiente de nosotros sí!
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