Me contaba un amigo de su accidente en moto y cómo afectó su vida. Dijo que algún día iba a narrar la historia, implicando que no se sentía listo todavía. Esto me recordó la naturaleza del género narrativo récit y de un pequeño curso que di en La Fábrica - Espacio de creación hace un par de años.
Un récit es la narración de algo que pasó o pudo haber pasado, teniendo el autor licencia literaria para manejar el tiempo narrativo y hasta situaciones y personajes. De esta cuenta, las fronteras entre récit y novela son borrosas. Tan así que Trafalgar de Benito Pérez Galdós puede considerase un récit.
Una novela plantea un giro novedoso a la realidad: no es algo que pasó o pudo haber pasado, sino algo que, de manera concebible y hasta jalada, podría pasar. «De tanto leer libros de caballería, a un hidalgo se le mete en la cabeza volverse a destiempo caballero andante» es el paradigma. «Aprendiz de escritor monta el negocio de reescribirles sus tristes vidas a sus clientes» es una propuesta muchísimo más humilde, así como «viuda guapa y rica se muda a un vecindario pobre y enamora al adolescente de la casa de enfrente».
Estas diferencias no tienen nada qué ver con la calidad literaria ni la capacidad de entretener, pero tienen un valor: el récit es accesible para cualquiera que quiera escribir narrativa porque a todos nos han pasado cosas, como el caso de mi amigo. No hay que quebrarse la cabeza inventando un giro novelístico; sólo se toma algo que nos pasó y se retuerce y engalana. Tiene la ventaja de que la licencia literaria permite al narrador tomar distancia de lo que le pasó y soltarse a hacerlo. También protege privacidades y da espacios para expresar sentimientos.
Por ello vale la diferenciación: el récit ofrece una accesible puerta de entrada a la narrativa.
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