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El Salvador en la era de Bukele

El compañero y amigo Gustavo García escribió estos frescos textos sobre El Salvador, los cuales me da gusto compartir, agregándoles un epílogo escéptico:

Por Gustavo García

Parte I: la prehistoria

Tengo un poco más de 45 años de estar yendo a El Salvador. Supongo que la primera vez que fui a ese país el actual presidente del «pulgarcito de américa», según Lucila Alcayaga, sólo era un proyecto dentro del joven matrimonio Bukele Ortez. Llegué algunos años antes del asesinato de monseñor Romero y la efervescencia político social tenía ribetes grotescos. Era la época en que los ejercito de liberación nacionales querían repetir el golpe asestado por los barbudos de Fidel en Cuba y replicar otro sistema socialista en América Latina. Era la época de los cinchoneros en Honduras, el triunfo de Ortega y los fmlenistas en Nicaragua, la huida de Somoza al Paraguay, la deposición del Sha de Irán y tantas convulsiones más alrededor del mundo.


Por esos años, en el centro de San Salvador era común que saliera a manifestar alguna federación sindical, o los estudiantes o los trabajadores del gobierno salvadoreño. La guardia nacional los reprimía sin lástima alguna, a disparo de fusil. Pero los guanacos, que nunca han sido gente muy dócil que digamos, respondían de igual forma, sacando de las pancartas sus armas y se armaba un tiroteo a plena luz del día. Como en Beirut, después de unos minutos de refriega la gente volvía a su realidad y los comerciantes informales salían detrás de las persianas metálicas de los almacenes formales, a seguir la lucha cotidiana por la supervivencia.


Después seguí yendo al Salvador, hasta el 85 en vía de pobre y fue cuando la guardia nacional y sus brillantes batallones, el Atlacatl y el Belloso, se cebaron en los jóvenes sólo por el hecho de serlo. Desde hacía años oleadas, inmensas de salvadoreños huían de la guerra en dirección al norte y los que no quisieron o no pudieron fueron víctimas de persecución, tortura y asesinato por el ejército y la policía salvadoreña. Sus cuerpos desparecían de forma violenta cualquier noche y aparecían días después desollados, sus partes colgadas como en una carnicería, por allí por colonias como el Progreso; o en Soyapango, donde los cercos vivos servían de tendederos y por un lado aparecía una cabeza ensartada en una pica, los brazos por otro lado y el resto del cuerpo en distintas partes.


Era una carnicería dirigida por los gringos y ejecutada por los guanacos que pertenecían a las fuerzas del Estado. La guerra era a muerte y la impunidad de los gobiernos se manifestó en su mayor descaro cuando un comando militar, organizado por el mayor Roberto d'Aubuisson, dirigente del ultraderechista partido ARENA, asesinó de manera violenta e impune a monseñor Arnulfo Romero. Estuve también por quién sabe qué atavismos de la vida, en el año 89, en el marco de lo que sería la ofensiva final. Los jóvenes rebeldes del FMLN, organizados por su dirigencia, atacaron desde distintos puntos a San Salvador, con el propósito de tomarse el poder. Desde Apulo, Apopa, Mejicanos o los planos de Renderos, los combates se oían atronadores día y noche. El ejército resistió y como venganza tomó el campus de la Universidad Centroamericana jesuita UCA y mató a seis de sus dirigentes, a la cocinera y a su hija. Como parte de estos asesinatos, se acusa como autor intelectual a Alfredo Cristiani, presidente de ese país por esos días, quien en la actualidad se encuentra prófugo de la ley, por ése y otros delitos relacionados con el desfalco del estado salvadoreño.


Parte II: la historia

Mi historia cambió un poco y a partir del 86 visité El Salvador con cierta regularidad, digamos una vez al mes. Mis destinos fueron menos humildes y convivía en lugares como la zona rosa, la colonia San Benito, el Hotel Sheraton y el Hotel Fiesta. Los acuerdos de paz se firmaron en el 92 y muchas veces amanecía fiesteando en la praviana; por esos días era frecuente que fuera a comer ostras a la costa del Sol y al ritmo de cumbias bebiera cervezas Pilsener. Mis relaciones humanas se modificaron diametralmente. Di por leer a Salarrue, a Claudia Lars y a Alberto Masferrer. Me hice amigos en el mundo de los pintores y particularmente de Antonio Bonilla, más conocido como el Bony, un excelente pintor, cuyos cuadros eran la relevancia de lo grotesco. Los acuerdos de paz se llevaron a cabo y la comandancia obtuvo posiciones de poder y beneficios económicos, así como la cúpula militar, en tanto que el pueblo siguió más o menos en las mismas condiciones. El espectro político salvadoreño se volvió dicotómico y entre areneros y fmlenistas gobernaron los siguientes 30 años.


En todo ese barullo surgió un protagonista, que con el paso del tiempo se volvió determinante en las relaciones de poder y la vida económica, política y social de El Salvador. Todos aquellos jóvenes que habían sido expulsados o habían huido de ese pequeño país por distintas causas se habían transformado, durante décadas de vida en los Estados Unidos. A su regreso adquirieron una imagen plagada de tatuajes y un estatus de organización criminal transnacional. Ahora, además de los areneros y el fmln, la mara Salva Trucha y la 18 tenían un poder inusitado a partir del siglo XXI y con las prácticas violentas ajenas y propias crearon una sombra de terror sobre la sociedad centroamericana, pero especialmente sobre El Salvador, donde tenían la capacidad, dada la corrupción estructural, de negociar cuotas de poder y espacios de acción, a tal grado que San salvador se convirtió en la ciudad más peligrosa del istmo. Las ventas callejeras, como hongos, atraparon el centro de la ciudad y las maras, desde la periferia, dirigían diferentes sistemas de criminalidad, tales como las extorsiones, los secuestros y el sicariato, de alguna forma coaligados con la ultraderecha, la policía y el ejército.


Las maras se convirtieron en un protagonista poderoso, que cambiaba el escenario de poder en esa nación. Ya fueran fmlenistas o areneros, así como la oligarquía nacional, ninguno tenía la capacidad para controlar este mal creado precisamente a partir de las raíces que originaron la guerra, pues como en la física a la materia no le gusta la existencia del vacío y en su afán de corrupción personal, que había sido modelado por «el licito sistema de Cristiani» a partir de Calderón Sol, los funcionarios expoliaban al estado y la oligarquía y las maras expoliaban al pueblo. A finales del gobierno del izquierdista Sanchez Cerén, El Salvador no podía haber caído más bajo.


Parte III: la historia reciente

En el 2014 estuve en un encuentro de escritores a nivel latinoamericano en el mágico Bluefields, Nicaragua y de regreso, por enésima vez, recalé unos días en San Salvador, en casa del siempre extraordinario Julio Reyes, quien no entiende la pintura de otra forma que no sea el abstracto. Después de varios días de alegre fiesta con mi chero, me ofreció de forma espontánea uno de sus cuadros. Cuando escogí una silueta femenina en el mejor estilo clásico, lanzó una carcajada y me acusó de figurativista, lo cual hasta la fecha no sé si es algo bueno o malo. Por esos días El FMLN tenía ya dos periodos de gobernar la alcaldía más importante del país, la de San salvador y con ello podía mantener una fuerte presencia de la izquierda, la cual obtuvo sus mejores frutos con el triunfo de Mauricio Funes, en las elecciones del 2009. La presidencia había cambiado. Los areneros ya no estaban en el poder y por el contrario Elías Saca tenía una acusación por diferentes casos de corrupción, por los cuales en 2018 fue condenado a 10 años de prisión. El pulgarcito de América, en tal sentido, seguía en la senda del abandono y ya fueran derechistas o izquierdistas, la corrupción seguía rampante y la descomposición social, especialmente en la capital del país, no había quien la detuviera. Las maras alcanzaron tal cuota de poder que se estima que hubo distintos tipos de negociaciones entre el gobierno central y las jefaturas de las maras durante los gobiernos de derecha y la práctica se continuó en los gobiernos de izquierda. Cuando llegó Sánchez Cerén al poder, lo único que se destacaba en el espectro político salvadoreño era un joven y flacucho optimista, quien por el 2012 había ganado las elecciones en el municipio de Nueva Cuscatlán y afirmaba tozudamente que «cuando no se roba, alcanza».


Este milenial, quien hace política a través de tuits y usa la gorra al revés como los mareros, además de ser exitoso en su gobierno municipal en el pequeño municipio, tiene otra característica que lo acompaña hasta la actualidad: no cobra salario, ni él ni su novia Gabriela Rodríguez, - ahora su esposa-, quien desde siempre ha fungido como primera dama a donde él gobierne y lleva a cabo labores de beneficios social desde la secretaria municipal de la mujer, de la familia o de cultura. Así que Gabriela y Nayib son el binomio político más popular de todo el continente, pues contra todas las apuestas la meteórica carrera de Nayib le permitió ganar la alcaldía de San Salvador en 2015 y la presidencia de la república en 2019.


En todo este periodo, que ya alcanza 12 años de exitosa carrera política, no podemos decir que el joven Bukele la haya tenido fácil. Inició su carrera como fmlenista, pero tuvo que cambiar de carro electoral ante la negativa de los cuadros más conservadores de la izquierda de apoyarlo en su candidatura presidencial de 2015. En política internacional, se ha enfrentado a los Estados Unidos y a la Unión Europea por distintas razones y expulsó por la fuerza a magistrados. Gobierna graníticamente con una partida de diputados de su partido Nuevas Ideas, amén de haberse aliado con China para proyectos conjuntos, que obviamente benefician a la patria de Farabundo Martí, y de haber roto relaciones con Taiwán.

Mientras leía a Manlio Argueta, Melitón Barba o Roque Dalton, me entró una tremenda curiosidad por saber si todo lo que se decía del nuevo San Salvador en la era de Bukele era verdad, así que después de nueve años de no viajar por esos lares cuscatlecos me fui a dar una vuelta por la tierra de las pupusas.


IV: con mis propios ojos

Al filo de las 10 de la noche, inició una lluvia tenue, que con el paso de los minutos arreció, al grado de espantar a la gente y lo que momentos antes era un hervidero de personas que en paz y alegría caminaban por el paso peatonal que es ahora los derredores de la catedral de San Salvador, donde tantas veces Monseñor Romero en sus homilías arengó para que la guardia nacional no siguiera matando gente, para que los generales ya dejaran de matar pueblo, ese mítica iglesia que muchas veces fue baleada y que fue refugio de los manifestantes, quienes en los setentas se oponían a las políticas dictatoriales del General Humberto Romero, se quedó desierto. Sí; contra todas las apuestas, lo que 40 años atrás era una zona de combate, ahora en el junio 2023, bajo el manto de una enorme luna llena amarilla, el centro de San Salvador era un remanso de paz. Cuando la lluvia amainó, anduve algún rato entre la gente; vi a familias completas, desde los abuelos hasta los nietos, caminar felices en medio de las estatuas humanas, tomarse fotos con Apolo y Atenea, sentir terror por el pirata o sorprenderse por el mecánico movimiento del pistolero color cobre para desenfundar su arma. Los payasos vendían globoflexia y había ventas de toda clase de golosinas; además, si el apetito era mayor, pues a comer pupusas y tomar refresco de horchata en un local saturado, que de tanto fabricarlas de loroco y queso el olor salía a la calle e invitaba a comer.


Al final me refugié en bar llamado La Catedral, donde en el segundo nivel se tiene toda la perspectiva de la plaza y cerveza en mano vi cómo se fue volviendo, otra vez, desierta. Unos minutos más tarde tomé un barato taxi, frente a la Dalia, que me condujo a mi hotel. El motorista, como suelen llamarles a los choferes en El Salvador, con un lenguaje educado y para mí̶̶ inusitado, me fue contando todos los cambios para mejor que le había traído la era Bukele.


̶̶̶̶̶ Vea, si usted no es malandro y no se dedica hacerle daño a la gente, aquí se vive bien. Ya no hay asaltos, ya no hay extorsiones, la policía es respetuosa y cumple su consigna de proteger y servir. Bukele es querido por la gente y la gente lo ha apoyado en todo. Mire ese gran puerto que los chinos están haciendo por allá por la Unión. Mire la gran biblioteca que hacen frente al parque Hula Hula. Son las diez de la noche; si fueran otros tiempos yo andaría con miedo o no saldría a trabajar. Ahora es distinto y yo espero que siga el presidente, para mejor. Es más, ayer creo que en la asamblea le quitó el candado a la medida constitucional que prohibía la reelección.


Un poco sorprendido por la limpieza de su lenguaje, le pregunté: «¿Vea y que se hicieron los salvadoreños vulgarotes, que por donde fuera metían la palabra vergón?» Me contestó: «En cuanto a mí, puedo decirle que pertenezco a la iglesia cristiana evangélica Cristo redentor. Por lo demás no le puedo dar cuenta, pero algo tendrá que ver con que se ha metido a los mareros a la cárcel; que se ha perseguido hasta los más altos cargos de los gobiernos anteriores por corrupción peculado, enriquecimiento ilícito, lavado de capitales y no sé cuántos delitos más. Por ejemplo, Saca está preso; Flores murió como consecuencia de un duro proceso judicial que durante años lo llevó y lo trajo de prisión a los tribunales y de éstos a los hospitales; Sánchez Cerén anda huyendo y Cristiani, el mismo Cristiani, el gran intocable Cristiani, es un prófugo de la justicia. Creo que todos eso ha cambiado la mentalidad de la gente. No cobran cosas que no se deben, no hay funcionarios que le tramiten a uno las cosas más rápido, ni camas especiales en los hospitales, ni el programa escolar Roque Dalton sólo se les da las escuelas de la capital, sino que ese programa es para todos los niños de el Salvador». Llegamos a mi hotel y me quedó una extraña sensación: ¿sería un sueño todo lo que me contó el taxista, o yo estoy viviendo en otro lugar que no es Centroamérica?


V: El Salvador en la era de Bukele

A lo largo de la vida, puedo decir que me ha ido bien en el Salvador, considerando que no es mi país de origen, no tengo nexos políticos o económicos con personas individuales o jurídicas y que carezco de algún tipo de relación consanguínea con cualquier salvadoreño. Así es la vida; supongo, hay cosas que uno nunca acaba de entender, pero como esa filiación es mutua y reciproca con la patria de los cheros, hace como 15 días me enteré de que presentarían Carmina Burana en el Teatro Presidente de la capital salvadoreña. Por un lado, siempre he sido aficionado a esa clase de presentaciones, ̶ si no, que lo diga el Lic Silva o alguien que le haya conocido más de cerca ̶ y por el otro vería El Salvador de cerca otra vez, en la era de Bukele. El evento fue promovido por el ministerio de Cultura de El Salvador, con todo el beneplácito de su primera dama Gabriela Rodríguez. El mismo tendría un costo simbólico para los nacionales, apenas 10 quetzales y también un precio simbólico para los extranjeros, de Q.78.00.


Aunque permanezco la mayor parte del tiempo en el Atlántico de Guatemala, ir a San Salvador a ver un evento de tal naturaleza me pareció harto sencillo, así que salí el jueves 8 hacia el hermano país y de paso me dispuse a ver de manera personal que tan cierto era lo de la era de Bukele, como político exitoso en ese país. Al llegar a la Tacita de Plata, me fui a la terminal, me subí a una parrillera y por cuarenta billetes estaba en el borde del río Paz. Los funcionarios chapines fronterizos, como de costumbre, son infelices y pareciera que uno les va a pedir limosna por el simple trámite de paso. Los guanacos ni se inmutan de que persona individual atraviese la frontera. Miraron mi respectivo ticket de entrada y con toda la frescura del mundo, sin adentrarse en ninguna oficina ni llenar ningún formulario, simplemente me dijeron: «diríjase a su destino». Un tanto incrédulo, por estar mal acostumbrado a la burocracia chapina, vuelvo a preguntarle a otro policía de frontera y sonriente me dice: «vaya a su destino». A los cinco minutos de pisar el suelo de cherolandia ya estaba comiendo mi primera porción de pupusas de queso con loroco, casi tostadas y bebiendo mi primera y única cola champán.


Acto seguido me fui a Ahuachapán, en un cómodo y barato transporte público. La temperatura no bajaba y estaba un poco cansado del viaje, así que tomé la decisión de pasar la noche en ese bello pueblo salvadoreño; sus calles limpias, su cuadricula bien hecha, su centro histórico como de postal y su gente no se si llamarla guanachapina o chapinochera, pero me hiso sentir en casa, en ese modo muy suyo de ser occidentales y adquirir desde hace mucho las prácticas de la Capitanía General. Me invitaron a subir a Atemaco, fui a misa y en la iglesia vi la cara de Centroamérica, una región vario pinta, de blanco a morena, de baja estatura y complexión mediana, en algunos casos con asentados rasgos de las culturas originales. Debo hacer constar que en el Salvador ya no hay indios fenotípicos; casi todos los guanacos son una variedad de mestizos, que van del blanco al prieto, sin cultura, idioma o vestimenta particular, como dirían los antropólogos mexicanos. A los negros se los comieron los indios y, agregaría yo, a los indios se los harto el mestizaje.


En El Salvador las carreteras, en términos generales, están muy bien, algunas mejor que otras. San Salvador es la ciudad de los viaductos y pasos a desnivel, que por todos lados hay. El parque vehicular es horrendo y al igual que en Guatemala ya no hay hora pico para el denso tráfico, pero en general los cheros la llevan bien. Me acomodé en un modesto hotel en las medianías de la estación de Occidente y me dispuse a vagabundear por el sector; la colonia San Benito, que es la zona viva de San Salvador y donde brilla el oropel gringo, con toda esa cadena de tiendas de marcas y comida rápida de las trasnacionales más conocidas.

Era temprano para el inicio de la obra y me interné en el Museo de Arte Moderno, el cual a diferencia del nuestro ̶ un salón de baile de la época ubiquista ̶ es un edificio elaborado apropiadamente para la función de exponer pinturas, esculturas y otras creaciones de arte, tales como los performance; por ejemplo el video donde la salvadoreña Carmen Helena Trigueros lava la bandera de El Salvador, en la significativa plaza del Salvador del Mundo. El museo fue terminado en el 2004 y parece ser una de las obras del gobierno de Paco Flores. Está sobrepuesto en la cima de una colina y su estructura se ajusta a lo orografía del lugar, lo que claramente evidencia el afán de evocar una pirámide precolombina, que en su estructura muy a lo Walter Gropius se ajusta perfectamente a las razones de su esencia. En su interior existe una muestra histórica del arte salvadoreño, que va desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, haciendo particularmente énfasis en todo el proceso de guerra y paz de finales del siglo XX. Los patios están llenos de esculturas y en esta oportunidad además de la permanente muestra del prócer José Simeón Cañas, había una muestra de manga, donde los amigos de la cultura del comic o dibujo, o anime japones, se sentirían en el paraíso.

Mi paseo por el museo, que no terminé de verlo, concluyó con una emotiva charla con jóvenes en sus 20, quienes jamás se dieron por enterados de que en El Salvador hubo una sangrienta guerra y a quienes narré mis impresiones de mis experiencias de 40 años atrás, dado que Pastorcito, Lorena, y Cebra, unos buenos amigos de mi adolescencia, no sobrevivieron la guerra.


Como es costumbre en Guatemala, en este país de traidores, la ignorancia campea como zacate y por ende hablar de Carmina Burana puede llamar a elitismo, pero igual el tema de Karl Orff y de los alemanes de la Edad Media no es muy distinto de los valores de la actual Centroamérica: vino, mujeres, pecado, reivindicación del pecado, profundo sentimiento de obediencia a la autoridad, temor al castigo y búsqueda irresoluta de la libertad. Por ende, después de maravillarme por los más de 200 actores, músicos, danzantes y cantores en escena, me pareció que Carmina Burana quedaba muy bien para reconocer y exaltar el renacer de El Salvador: una epopeya sonora en la mejor factura del modernismo alemán, donde los timbales, las trompetas y el gong hacen una presencia marcial de carácter inobjetable. Luego, el dramatismo de los cantos habla de las tensiones que la sociedad salvadoreña ha vivido para tener este renacer y especialmente llamó mi atención el grupo de danzantes, pues todos eran salvadoreños, de baja estatura, livianos de peso y además venían en varios tonos de moreno y si no me hubiese percatado de esto hubiera pensado que no estaba en Centroamérica, pues la orquesta y los coros, además de los solistas, lo estaban haciendo tan soberbiamente que en algún momento llegue a pensar que estaban usando el truco del play back. Sólo cuando los timbales tronaban y cimbraban mi corazón me percaté de la excelencia de los músicos salvadoreños.


Fueron casi dos horas exquisitas, entre danza, canto y música. El protocolo fue mínimo y los aplausos muy bien merecidos duraron más de 15 minutos. El salón del Teatro Presidente estaba saturado y mucha gente se quedó con las ganas de entrar. Para bien de algunos salvadoreños, habrá funciones en junio en Suchitoto y en julio en San Miguel, como siempre a precios tan populares que cualquiera que lo desee podrá entrar sin ningún privilegio.

Para aprovechar completamente mi viaje, me fui un par de días a Suchitoto, un pueblecito lindo a las orillas del lago Suchitlan, vía acuática que comunica con Chalatenango, con Cabañas y con San Pedro Ilobasco; tiene una arquitectura colonial similar a la Antigua Guatemala , pero que no ha sido aplastada por el american way of life que macdonaliza toda la Ciudad de las Perpetuas Rosas. El lugar goza de una temperatura envidiable en lo atmosférico y lo social, la gente es amable de natural y todo el mundo quiere ayudar.

Terminé de convencerme de que la era Bukele es lo mejor que le ha pasado a El Salvador, desde que pijacearon a las huestes de Iturbide manejadas por Filísola en las faldas del volcán San Salvador. En Suchitoto no pude ver un solo policía. El costo de la vida en ese país es un 30% más barato que en Guatemala y aunque las maras habitaban principalmente San Salvador, la seguridad ahora es a nivel nacional. Los funcionarios corruptos caen a granel. El empuje salvadoreño, tan reconocido; se ve por todos lados. No hay gente quejándose y todos o casi todos auguran una continuidad del joven y extraordinario presidente Nayib Bukele, a quien como decía Fidel, sólo la historia juzgara.


Epílogo escéptico

Por Eduardo Villagrán

La democracia es el peor sistema del mundo, excepto por todos los demás. Los guatemaltecos nos lo acaban de demostrar, al votar por un candidato casi desconocido. Arévalo pasa a la Segunda Vuelta con altas probabilidades de ser el próximo presidente bajo el lema de que «caballo que alcanza, gana» y porque el voto de protesta por la exclusión de varios candidatos populares se va a ensañar ahora contra el status quo, representado por la señora Torres. Ese mismo sistema wanabí democrático que eligió a Bukele debe ser respetado y protegido porque las alternativas son todavía peores.


Bukele ha hecho todas las cosas buenas que dice Gustavo, pero no ha fortalecido las instituciones democráticas de El Salvador, sino al contrario. Ha interferido con los otros dos poderes y le ha metido mano al sistema electoral para poderse reelegir, con la bendición de la CSJ que él mismo nombró. Cierto que cinco años es poco tiempo para hacer cambios profundos, pero con 10 debería ser más que suficiente.



Es muy probable que Bukele vaya a seguir de largo y se llegue a convertir en una especie de Ubico Millenial para los salvadoreños, quienes quizá le tengan que hacer una revolución en 2044. Espero de todo corazón estar equivocado y que después de su primera reelección se retire a sus negocios. Si lo hace y tomando en cuenta sus significativos logros, los descendientes de nuestros vecinos esbozarán una sonrisa de beneplácito al ver su foto en las páginas de la Historia.

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