Aunque cayó del puesto 29 al 43 en los últimos tres años, Guatemala todavía está arriba de Japón, Brasil, Argentina, Jamaica, Colombia y otros países, según el Índice de Felicidad de las Naciones Unidas. Cierto que algunos tenemos privilegios, como ingresos suficientes, una casa cómoda, acceso a medicinas y servicios a buen precio y buenas relaciones con nuestros vecinos. Otros sufrimos de carencias económicas, nuestra vivienda es alquilada o precaria, no nos alcanza para pagar la luz y nos peleamos todo el tiempo con nuestros prójimos, pero tampoco nos estamos muriendo de hambre. La gran mayoría, sin embargo, vive en pobreza o pobreza extrema, léase miseria.
Guatemala ocupa el último lugar del mundo según el porcentaje de su población que vive por debajo de la línea de pobreza nacional, 70.2%, empatado con Sierra Leona.[i] También tiene uno de los más altos índice de retraso en el crecimiento de niños a causa de malnutrición infantil, 47% y sólo superado por Burundi, Papua Nueva Guinea y Madagascar.[ii] A quienes manejamos en la ciudad nos parece que tiene el peor tráfico del planeta, aunque la tacita de plata ni siquiera está dentro de las 30 peores ciudades para conducir. Estoy seguro de que si hubiera una estadística del tiempo que la gente pobre pierde haciendo colas en las puertas de los bancos estaríamos en los primeros lugares.
Si les hiciéramos caso a las estadísticas, nuestro índice de felicidad andaría por los suelos, pero no es así. No me voy a poner a echarles flores al clima, ni a la comida, ni a la amabilidad de la gente, ni a los maravillosos paisajes, sino que me voy a ir directo al grano, al fondo del asunto de por qué vivimos más felices que la mayoría de países del mundo, teniendo muchas menos razones para serlo.
La razón es sencilla: porque somos indios. Nuestras actitudes culturales, al igual que nuestra genética, tienen un alto porcentaje heredado de los mayas. Me explico.
En publicaciones anteriores, he dicho que en Guatemala el 90% de la población tenemos sangre indígena.[iii] Aunque esta cifra no sea exacta, da una idea de un componente crucial de nuestra identidad: lo indígena no es una minoría sino una mayoría tratada como minoría por el estado criollo ladino centralista.
El que los guatemaltecos seamos indígenas en forma mayoritaria tiene incidencias importantes en nuestras actitudes. La mentalidad indígena es por naturaleza agradecida. Le vemos el lado bueno a la vida y a las cosas. Como dice el anciano, pensador y amigo q’eqchi’ Roderico Tení: «Los indios somos agradecidos hasta cuando nos están dando verga».
Somos agradecidos aun en las peores circunstancias y aquí es donde la cosa se pone interesante. Nuestra actitud de agradecimiento tiene raíces en lo más profundo de nuestra cultura si uno la compara con la cultura judeocristiana, la de los invasores europeos de los tiempos de la Conquista y la Colonia y sus sucesores espirituales. Algunos creen que se trata de resignación o pasividad, pero no es lo mismo.
El judaísmo, tal y como lo conocemos, se originó cuando Abraham se fue de Ur Kasdim con todo y familia en dirección a Canaán. Atravesaron zonas desérticas y frías y con tal de mantener la moral alta por las noches Abraham les contaba historias de su tradición oral hebrea, que pararon convirtiéndose en las bases de la religión judeocristiana. Se puede discutir si Abraham nació en Ur Kasdim o no, si sus tradiciones eran recientes o antiguas, o si Moisés en verdad recibió los Diez Mandamientos en unas tabletas de piedra en el monte Sinaí, pero sobre lo que no hay duda es que las tribus hebreas vivían en zonas desérticas. Todo lo que es Sinaí, Golán, Canaán, Judea eran lugares con muy poca lluvia. Abraham tuvo que hacer su recorrido hacia Canaán siguiendo las márgenes del río Éufrates para mantenerse lo más cerca del agua y de las zonas húmedas y así tener acceso al líquido vital y comida.
Sin una adecuada irrigación, las zonas desérticas son malas para la agricultura, la ganadería y aun la caza y la recolección. En los desiertos se vive con carencias, en comparación con las zonas lluviosas. Vivir entre carencias crea una mentalidad que se ve reflejada en las actitudes culturales de sus habitantes, incluyendo sus religiones.
El Viejo Testamento refleja una mentalidad surgida de la vida en carencias. Se puede detectar materialismo, como en el Leviticus; pleitos entre hermanos por quedarse con herencias, como la historia de Caín y Abel; manipulación y mentiras, como cuando el mismo Abraham engañó a Abimelec diciéndole que Sarah era su hermana para que no lo matara, con tal de quedarse a vivir en sus tierras; favoritismo, como la creencia de ser los elegidos de Dios, para tene0r consuelo y esperanza en sus vidas de escaseces.
Esta mentalidad fue moderada, pero no del todo desterrada, con la llegada y el mensaje de Jesús. El materialismo, favoritismo, manipulación y engaño se quedaron a la sombra, pero pueden surgir cada vez que el practicante lo considera conveniente o necesario. La historia del judeocristianismo ha sido marcada por esta contradicción intrínseca.
De esa mentalidad de carencia surgió también la necesidad de conquistar la naturaleza. Si no regaban las tierras, si no cavaban pozos, si no cultivaban con esmero y si no fabricaban instrumentos de labranza, o de caza y pesca adecuados, no comían. A la larga, esta necesidad de crear métodos e instrumentos de supervivencia dio como resultado esta cultura occidental que todos conocemos, de alta tecnología.
Por el contrario, la cultura maya se originó en una de las zonas más ricas del planeta. Aguada Fénix, considerada como la primera ciudad maya, quedaba en la cuenca del Usumacinta y como su nombre lo indica no padecía de escasez falta de agua. Su existencia es «una de las primeras pruebas que demuestran el paso que dio la civilización maya del nomadismo a un estilo de vida sedentario, y marca el inicio de la construcción de las ciudades-estado mayas».[iv] Para los fundadores de la cultura maya, un lugar así de propicio facilitó la transición de la caza y la recolección a la agricultura y a partir de allí se siguió desarrollando en tierras que en aquellos tiempos era generosas, como El Mirador, Tikal, Quiriguá, Copán, Palenque, Calakmul y Piedras Negras en la cuenca del río Usumacinta.
La naturaleza fue dadivosa con los mayas y éstos, en reciprocidad, fueron agradecidos y respetuosos con ella. Ahora no todos los descendientes de los mayas tratan a la naturaleza con el mismo agradecimiento y respeto que sus antepasados, pero es porque las condiciones en que viven los obligan a hacer lo que puedan para sobrevivir; les quitaron y les siguen quitando sus tierras y además la exclusión a la que han sido sujetos los aliena de su entorno natural, el cual ya no ven como propio. Sin embargo, la propensión al agradecimiento se quedó grabada en el machote cultural maya y se volvió parte integral de su mentalidad.
Por su parte, los descendientes de los colonizadores, como buenos judeocristianos, siguieron rigiéndose por el materialismo, la codicia, el favoritismo léase racismo, la mentira y la manipulación, escondiéndose tras el manto de Jesús cuando les convenía. Dejó dicho el escritor y artista quechua Felipe Guamán Poma de Ayala a principios del siglo XVII: «Cómo los dichos padres de las doctrinas tienen en la caballeriza diez mulas con otras que tienen de sus amigos a engordar a la costa de los indios y solteras que pasan trabajos, algunos tienen hatos de vacas mil cabezas, o de cabras, o de ovejas y puercas, yeguas, o carneros de la tierra, cien o doscientas gallinas, y capones, y conejos, y sementeras, oficiales en cada cosa de los susodichos, con sus corrales y casas, ocupando a los pobres indios y no se lo paga; y si pierde uno de esto les cobra ciento, y no les paga ni les da de comer y ansí de tanto trabajo se ausentan».[v] «Los dichos padres de las doctrinas de puro rico, señor licenciado don Gemis, guárdenos Dios, andan todo de seda, con su ropa y montera todo rufián, y figón, habiendo de andar pobre sacerdote de Jesucristo, pues que Jesucristo no andaba de seda ni traía montera, sino con su hábito sin mudar andaba enseñándonos en este mundo; así debéis de andar padre».[vi] Si así eran los curas cómo serían los encomenderos y soldados. Felipe Guamán lo sigue narrando en las más de 300 páginas donde le informa a Felipe III acerca de las tropelías de los invasores y le da consejos sobre cómo manejar mejor el virreinato del Perú.
Con diferentes tonalidades y en distintas aleaciones, la colonización judeocristiana mantuvo esta misma tónica en toda la América Latina durante los siguientes cuatro siglos, primero a través de los invasores y luego por medio de sus sucedáneos criollos. Hay notables y honrosas excepciones, como fray Bartolomé de las Casas, Pedro de Angulo, Juan de Torres, Domingo de Vico, Andrés López y todos los demás dominicos que propiciaron la autonomía y realizaron la evangelización de la Verapaz, pero las excepciones confirman las reglas.
Este encuentro entre una cultura agradecida y otra aprovechada dio como resultado una sistemática expoliación de los integrantes de una por parte de los de otra. Las rebeliones han sido constantes, pero dispersas; más el resultado de la desesperación o reacciones hepáticas ante medidas en extremo opresivas que una oposición sistemática. La consecuencia global ha sido un deterioro cada vez mayor de las poblaciones indígenas, evidenciado en los indicadores de pobreza y malnutrición mencionados arriba.
La falta de una oposición integral se debe en gran parte a que Guatemala no existía antes de la llegada de los españoles. Lo que había era un territorio habitado por los pueblos k’iche’, kaqchikel, mam, q’eqchi’, lacandón, acalá, ch’ol y todos los otros. El estado de Guatemala es una invención colonial, desarraigada de la historia prehispánica y la identificación de los indígenas con esta quimera es reciente y ambigua.
Algunos criollos ladinos o extranjerizantes han hecho o tratado de hacer cosas importantes y valiosas para este país, el suyo. Lo hicieron convencidos de que sus mejoras iban a gotear o derramar lo suficiente como para beneficiar a las poblaciones indígenas o asumiendo que su integración iba a ser posible y beneficiosa, pero no ha sido así. Parafraseando a Ismael Cerna, no se puede olvidar que en sus visiones parciales quisieron engrandecer una patria que consideraban de todos y en nombre de ese sueño se les reconoce y enaltece.
Por la pobreza imperante, la malnutrición, la corrupción y el impulso a la fuga, manifestado en el omnipresente deseo de emigrar, este estado puede considerarse fallido. No es fallido para sus beneficiarios, la cúpula criolla ladina extranjerizante, pero sí para el conjunto de la población, para los 18 millones de guatemaltecos que viven fuera de la cúspide. Es un fracaso como nación, donde todos los que aquí nacen puedan desarrollarse a plenitud como personas, en lo espiritual y en lo material.
Nuestro índice comparativo de felicidad se mantiene alto porque somos agradecidos con la vida. Sin embargo, tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe y hasta ese índice está bajando. Ya se están dando los primeros movimientos indígenas campesinos a nivel nacional y la tendencia va a continuar, a pesar del sabotaje de quienes terminaron por cooptar el estado. Las comunicaciones contemporáneas así lo permiten y el concepto de un país para todos, cuyo anhelo se manifiesta en formas a veces pueriles y espurias como los desfiles de antorchas, el apoyo a la Selección e ir a votar, se irá fortaleciendo.
La contradicción entre una naturaleza gamonal y un gobierno codicioso y tacaño tendrá que resolverse de alguna manera, algún día. Mientras tanto sigamos jodidos pero contentos porque no lo podemos evitar. Es parte de nuestra naturaleza.
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