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Imposible decir adiós

Actualizado: 16 jul 2022

Con Chofo nos hablábamos casi todos los días cuando colaborábamos en la redacción e ilustración de los artículos que La rial academia publicaba en Prensa Libre; él, sobre todo, como dibujante y caricaturista. Vino el autogolpe de Serrano y suspendimos nuestras publicaciones. Esto contribuyó a un distanciamiento que no afectó nuestro mutuo aprecio, aunque en los últimos años nos vimos poco.


Mientras trabajamos juntos pude constatar algunas de sus virtudes. Chofo era cumplido, leal, creativo, talentoso y buen camarada. Cuando yo, de forma caprichosa, me disgusté por el contenido del último artículo que publicamos, él lo tomó con ecuanimidad y no varió la tónica de nuestras pláticas, ni lo firme de su cooperación.


Nos juntamos cuando su hijo Chofo hizo la première de Pol – la película y brindamos a su salud. Luego nos topamos por casualidad en Condado Concepción y almorzamos juntos, él y su esposa Sara. Esa fue la última vez que lo vi.


La primera fue en el Instituto Centroamericano de Investigación y Tecnología Industrial – ICAITI – donde los dos trabajábamos. Ya para entonces el Ing. Espinoza era conocido y apreciado. Llegaba a trabajar en un microbús Volkswagen tipo camper y se caracterizaba por su jovialidad y buen humor. Recuerdo una vez que viajó a la costa por trabajo y nos trajo a regalar unos mangos mamey.


Murió al día siguiente de mi cumpleaños y amanecí con la licencia vencida. Fui a renovarla y me topé con que el juzgado de la municipalidad de Santa Catarina Pinula me la había bloqueado con base en una supuesta infracción cometida el 10 de enero de 2018 «Por utilizar en casos no previstos en el presente reglamento advertencias auditivas o avisos luminosos», léase tocar sirena o bocina en forma desmedida o poner luces de ambulancia o de radio patrulla. Lo cómico del caso es que ni el radio del carro en que iba funcionaba; la bocina tampoco y las luces apenas. Sin licencia, no pude bajar a Guatemala a despedirme del recuerdo de Chofo.


Sí pude renovar la licencia de la moto y al día siguiente salí temprano al juzgado de Santa Catarina Pinula, a reclamar o en último caso pagar. Pinché llanta en la salida de Villa Canales y el encargado del pinchazo descubrió que una de las zapatas del freno trasero se había zafado. Reparó la llanta y me fui usando nada más el freno de adelante al taller de motos. El mecánico descubrió que el tornillo que se usa para desmontar la zapata estaba barrido y mandó la moto a una herrería para que le soldaran una cabeza. Logró quitarlo y llevé las zapatas a reempastar al taller de la vuelta. Se las regresé al mecánico y las instaló, pero ya para entonces era pasado mediodía; se miraban nubarrones sobre Guatemala y cayeron las primeras gotas. Mis ganas de subir a la ciudad y pasar por Capillas Señoriales se nublaron también.



Todo conspiró para que no pudiera despedirme de los restos de Chofo y compartiera esos últimos momentos con Chofito, Sara y familia. Lo tomo como una señal de que no hubo tal despedida. Chofo sigue presente con su vozarrón, sus bromas y su inalterable buena fe. Su muerte lo hizo revivir en mi memoria.


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