Le contaba a mi querida amiga Gabriela Corletto, flautista de la Sinfónica, que mi madre era adicta a la música clásica. También leía, pero libros de aventuras o romances, no Rilke, ni Proust, ni Shakespeare, ni Cervantes. La música era su único gusto clásico.
Una vez, fuimos a Nueva York y visitamos el Museo de Arte Moderno. Durante el recorrido nos topamos con el cuadro Ma jolie, de Picasso. Mi madre se quedó como cinco o siete minutos admirándolo, elogiándolo y haciendo comentarios.
Eso me hizo pensar que, aunque nunca tuvo una formación en pintura, su afición a la música le afinó sensibilidades para otras bellas artes. No le impresionó Andy Warhol ni Jackson Pollock, por ejemplo. Las bellas artes tienen algo de trascendente en común; quisiera decir espiritual, pero no quisiera adelantar conclusiones.
En todas las culturas, las bellas artes tuvieron un gran empuje gracias a lo religioso y con razón. Reflejan aspiraciones o premoniciones humanas más allá de lo terrestre y de lo cotidiano. Me apresuro a aclarar que soy agnóstico, por lo que prefiero pensar que todo esto puede tener qué ver con la naturaleza del Universo.
Scientific American publicó hace años una edición completa titulada The Harmonious Universe. Argumentaba que la evolución del Universo, desde el Big Bang hasta nuestros días y hacia el futuro también, sigue una secuencia que se puede equiparar con lo armónico, con lo musical: las distancias entre los cuerpos celestes, por ejemplo, siguen patrones identificables. Las sensibilidades por lo clásico en el arte pueden reflejar nuestra búsqueda inconsciente de esas armonías
Mucho del arte clásico estuvo inspirado en lo religioso. Lo religioso es un subconjunto de lo espiritual. Quizá lo espiritual no sea otra cosa sino el anhelo por esas armonías universales, de las cuales somos parte.
No sólo tenemos a Rafael, Michelangelo, Da Vinci y Boticelli, sino también las pirámides mayas y las egipcias, los glifos de Copán, las deidades indias y muchas otras manifestaciones de esos intentos de sintonía con lo trascendental. Sin ir muy lejos, Picasso también es un clásico: trabajaba hasta que encontraba lo que estaba buscando, más allá de lo evidente. Sin menospreciar a Andy Warhol ni a Peter Max sólo por ser populares y mundanos, en dónde ponemos la vista se ve reflejado en nuestras creaciones.
Tampoco menosprecio el reguetón ni la música banda. Sin embargo, no espero que un aficionado a estos géneros pueda apreciar a Klimt o a Kandinsky. Las expresiones musicales y por extensión las artísticas guardan consistencia con su lugar de origen en el complejo corporal – instintivo – mental – espiritual que es cada ser humano. La Teoría de la Relatividad también deberá integrarse a la música de las esferas.
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