La primera «verdad noble» de Buda es la del Sufrimiento. «Nacer es sufrir, envejecer es sufrir y la enfermedad y la muerte son sufrimiento». Añade Scott Peck en The Road Less Travelled: «La vida es difícil. Esta es una gran verdad, una de las más grandes verdades. Es una gran verdad porque una vez la vemos, la trascendemos. Una vez aceptamos que la vida es difícil... entonces ya no es difícil. Porque una vez aceptamos este hecho, deja de importar».
Uno se pregunta, entonces, por qué tantas personas en nuestro medio buscan la vida fácil. En respuesta a la publicación anterior La vida fácil, mi gran amiga y actriz Margarita Kénefic dice: «Mi humilde opinión sobre el punto es que aquí se sigue operando con mentalidad de conquistadores y por eso mucha gente es incapaz de hacerse las cosas personales que corresponde. Parasita a otras para que se las hagan a cambio de "unas monedas" y luego se dan el lujo de quejarse de lo mal que las hicieron y cómo son seres inútiles, que no merecen mejor suerte que la que tienen». Añade mi comadre Elisa Colom: «los chapines son bien maneados diría mi abuela María, alguien más tiene que hacer las cosas por nosotros, por pequeñas y simples que sean, nos merecemos ser servidos, según nosotros. Resabios del colonialismo, de la discriminación que sé yo, pero creo si aires que no nos corresponden».
Concuerdo con ambas. Muchos integrantes de las capas medias y altas son «servidos» porque así fueron criados: se acostumbraron a que les hicieran la cama, les recogieran y lavaran la ropa, les tuvieran el desayuno listo, les lavaran los platos, etcétera. A veces lo hacían los padres, sobre todo la madre y la mayoría de las veces era la muchacha, la señora, la empleada de servicio en casa particular. No hace falta repetir que la gran mayoría de sirvientas son de extracción indígena y encajan en la caracterización que hace Margarita. Tampoco hace falta darle muchas vueltas para darse cuenta de que el trabajo de sirvienta conserva visos coloniales: sueldos bajos, ausencia de prestaciones, disponibilidad las 24 horas, responsabilidad por todo lo malo que pueda pasar en la casa. Son el fondo de la pequeña pirámide social familiar, aun en las familias de modestos ingresos.
Gracias a los servicios de las empleadas en casa particular, muchos tuvimos una niñez caricaturizada por aquella canción de Cri-Cri: «Hay mamá mira a esta María, siempre trae la leche muy fría, yo así no la quiero tomar, que la vuelva a calentar... Hay mamá esto tiene nata, la sirvienta esta es una lata, yo así no la quiero tomar, que se la lleve a colar». Conozco el síndrome porque así me criaron: la sirvienta me llevaba la refacción caliente al colegio.
Todo eso cambió cuando me fui a vivir fuera y después a vivir por mi cuenta, pero conozco de dónde viene y por qué es posible. Hace ratos tengo clara la importancia de ocuparse uno de sus propias cosas y de esta manera contribuir a liberar a otras personas de tener hacerlo. Es incongruente predicar el feminismo o la liberación de los pueblos cuando uno mantiene relaciones de burda inequidad en su propia casa.
Tampoco es fácil. El hecho que haya disponible gente dispuesta a trabajar por poco es una enorme tentación. Uno sabe que es el resultado de inequidades sociales y culturales impuestas por la Colonia, pero igual resulta conveniente aprovecharse, justificándolo con que el tiempo de uno es más valioso, en lo económico, que el del empleado; en una economía neoliberal, por supuesto.
Para mí es un gusto hacerlo casi todo en la cabaña del río. En mi casa de Amatitlán, sin embargo, tengo quién me venga a barrer la casa una vez por semana, corte la grama y aspire la piscina. Yo hago todo lo demás y si me tocara también haría estas otras cosas, pero mientras tanto me aprovecho.
La conciencia no es excusa, pero es un principio y además elimina las espurias justificaciones de clase. Tienen razón Margarita y Elisa: sufrimos de una larga «goma» colonial. Decolonizarnos incluye, quizá como punto de arranque, que todos asumamos como nuestras las cosas difíciles o engorrosas de la vida cotidiana.
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