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Las buenas influencias

Respecto de Las malas influencias, comenta el amigo y escritor Christian Echeverría: «A mí también me gustan mucho los narradores gringos. Son los mejores (Capote, Bukowski y Kerouac me encantaron). Y creo que es porque el imperio les dio ese espíritu y mentalidad omnipotentes, se han sentido dueños del mundo por mucho tiempo. En su fantasía narcisista no se ven en riesgo y por eso han sido una narrativa joven, irreverente. Es lo que les dio la hegemonía cultural: escriben sin miedo. Bukowski, siendo un perdedor marginal, hizo una leyenda del fracaso. Eso solo lo pueden escribir los blancos del Norte. Pero no es cierto que no se tomen en serio. Al contrario, son los que más se toman en serio (si no, no estarían metiendo al mundo en esta cagadal; les cuesta aceptar que ya no son el centro del mundo). Y cabal, todo lo que mencionás: frases cortas y contundentes, reírse de uno mismo, el estilo periodístico concreto. Son rasgos buenos de su cultura. El estilo periodístico me influenció mucho para escribir La primavera del silencio, después Patria grande, en segunda edición. Gracias por compartir tu relación con ellos».


Al escribir lo de no tomarse a sí mismos tan en serio me refería solo a los escritores, ¡no a todos los gringos! Me parece interesante lo de «su fantasía narcisista»; Vonnegut sería un ejemplo. La contribución de Christian me condujo a profundizar en lo que antes había escrito.


Los narradores anglosajones escriben «sin miedo», es decir, con confianza en sí mismos, como personas y como ciudadanos de un país. Los narradores hispanoamericanos, en cambio, no se sienten en confianza en sus propios países; no se identifican con ellos a plenitud. Saben que sus países fueron colonizados por una potencia europea y que todavía no salen de esa colonización, que todavía no se decolonizan. Quizá sientan algún tipo de íntima vergüenza de sentirse aún invadidos, en lo cultural y en lo epistemológico; o bien, en el caso contrario, de identificarse con el colonizador.


En Rayuela, Cortázar se burla de las medialunas, que es como que un guatemalteco se burlara de las champurradas, pero no es porque no le gusten, sino para patentizar su rechazo hacia la nación criolla argentina, proponiendo en cambio un destierro parisino. Borges escribe como un europeo aun cuando escriba sobre los gauchos. Luis de Lión le declara una guerra simbólica a Occidente, representado por la imagen de la Virgen María. Hombres de maíz denuncia la injerencia europea en los mitos indígenas y propone un rescate, simbólico también. Estos dos escriben desde la alteridad, la de uno real combativa y la del otro representativa, pero ninguno desde ese país unificado que no existe.


Me refiero a los escritores hispanoamericanos en particular y no de los latinoamericanos porque Jorge Amado sí transmite una identificación con su amado Brasil.

La hegemonía que Christian menciona puede hacer que un escritor sienta más confianza en sí mismo, pero también hay algo más. Novelistas canadienses como Nancy Huston o franceses como Jean-Paul Dubois escriben novelas sobre sus países y otros con la intimidad y familiaridad que les da un sentido de pertenencia al propio. No es tanto el sentimiento hegemónico de donde que surge esa falta de temor, sino de la ausencia de un rechazo categórico por el país de uno, de la negación implícita del mismo; el no sentir que deban justificarse por escribir desde un país colonizado, en la lengua y con la epistemología del colonizador.


No hace falta convertirnos en imperialistas, ni de lejos podríamos. Basta con tener conciencia del estado neocolonial en el que vivimos y que exista en nosotros la llama de la decolonización. Esto nos facilitará desarrollar una narrativa más afirmativa de nosotros y de lo nuestro, con la soltura, irreverencia y humor que puede dar el sentirnos dueños de nuestros propios países.


La actividad política resulta ser un corolario inevitable para algunos escritores.


El paradigmático Quijote es una obra accesible a toda la Humanidad, como mucho de lo de Shakespeare. Aparte, entre lo peninsular me ha gustado Trafalgar de Benito Pérez Galdós porque escribe con valentía acerca de una insigne derrota española. No pasé de la página 10 de La sombra del viento; no me logré relacionar con su tónica. Tampoco he pasado de las primeras cinco páginas de un libro de Pérez de Antón porque su tono español me saca de onda; esto, por supuesto, no va en detrimento de cualquier mérito literario que me esté perdiendo por culpa de mis remilgos.


La decolonización de nuestra literatura se cierne sobre nuestras cabezas como una maldición y una promesa. Tampoco es cosa de sustituir un colonizador por otro y escribir como agringados, sino de ver, con cada vez más claridad, el camino hacia nuestra liberación, en este caso literaria. Podemos transformar lo híbrido en mestizo y lo mestizo establecerse con firmeza en lo indígena, sin desperdiciar la riqueza que nos aporten las demás culturas, incluyendo la occidental, en particular la colonizadora.


El castellano ha sido una excelente influencia.


La liberación literaria se da en varias dimensiones. No tenemos por qué estar amarrados a la estructura clásica aristotélica, por ejemplo; cuando la historia lo requiera, podemos buscar inspiración en formas narrativas indígenas como los lienzos pictóricos. Tampoco tiene que haber un solo protagonista, sino que puede haber varios; una pareja, como en el Popol wuj. Tenemos una larga y rica tradición de narrativa gráfica desde mucho antes de que vinieran los españoles, lo cual puede llevarnos a pensar y escribir en imágenes. También, una riquísima tradición oral, que ya el buen Miguel Ángel en lo ladino aprovechó. El lenguaje populachero es un paso hacia lo nuestro, pero podemos seguir avanzando. La sintaxis de los idiomas mayas, que antepone los adjetivos y adverbios, es ya parte de nuestro castellano y tiene un apreciable valor en la comunicación de sensaciones y emociones.


Nada debe ser forzado; todo depende de la historia. Aquí nos tocaría derribar otra barrera colonial: el sentido de identidad de los pueblos mayas, por ejemplo, no es sólo individual, sino que incluye a la comunidad y al entorno. Las historias que contamos se acercarían más a la de una evolución social y natural de las poblaciones en sus territorios. Uno sólo puede escribir de lo que sabe, pero los que venimos de territorios urbanos podemos hablar de la historia de nuestras tribus; los de mi barrio, por ejemplo.


Se trata de cuestionar paradigmas de origen colonial y considerar, con el entusiasmo que da la sensación de descubrimiento, alternativas arraigadas en lo nuestro, en lo indígena.



Adjunto la carátula de una de las novelas que menciona Christian, con un título evocativo.

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