«Me llamo Amadeo Brañas e invento patrañas». Esta frase apareció en mi mente al despertar una mañana. Me di cuenta de que era el arranque de una novela y escribí una primera versión. Por ser la primera después de un largo hiato, me entusiasmé con ella y le metí todas las personas y sucesos que había en mi vida en ese momento; amigos, relaciones, anécdotas, incidentes, política, reflexiones filosóficas, todo.
Esa primera versión, como la definitiva, trataba de un aprendiz de escritor; de alguien que siempre ha vivido en los márgenes de la literatura narrativa sin meterse de lleno, sin escribir cuentos ni novelas de ficción. Amadeo se inició empacando libros en la Tipografía Nacional y el supervisor le dejaba quedarse con algunos sobrantes, así fue como le agarró el gusto a la narrativa. De tanto leer, le dio por escribir cuentos en sus ratos libres. Mandó uno de ellos a los Juegos Florales de Guanagazapa, se ganó el primer lugar y esto abrió en su vida el acceso a una ruta literaria.
Como venía de una familia pobre, después del trabajo en la Tipografía se consiguió otro haciendo copia para una agencia de publicidad, dio clases de escritura en la Escuela de Bellas Artes, publicó artículos en los periódicos por honorarios módicos y paró escribiendo el horóscopo sin ser astrólogo. Trabajó todo el tiempo en actividades pseudo literarias, soñando con volverse un escritor de verdad. Cualquier parecido con la realidad es una cajonera coincidencia.
Compartí esa primera versión de la novela con mi amigo Juan Antonio Canel, quien me comentó que le había gustado, pero que pasaban páginas y páginas sin que uno supiera qué pasaba con el tal Amadeo Brañas. Me di cuenta de que, en mi entusiasmo, me había ido demasiado por las ramas y aunque el resultado era simpático mi amigo tenía razón: se le perdía demasiado la pista al protagonista.
Divertido y a la vez inspirado de nuevo, decidí modelar a Amadeo Brañas en el mismísimo Juan Antonio Canel, sólo que caricaturizado. La misma edad, el mismo aspecto, los mismos anteojos, la misma vestimenta y los mismos zapatones que cuando lo conocí. Claro que Juan Antonio es un literato de verdad, con varias novelas a su nombre, pero en aquellos tiempos él también estaba empezando y además la idea era parodiarlo, no retratarlo, como balance kármico por ponerme otra vez a trabajar.
Escribí de nuevo la novela en una forma más sintética y centrada en su protagonista, con mi buen amigo como avatar. En la versión definitiva, cuando despiden a Amadeo del periódico donde escribe el horóscopo y se queda sin trabajo, se inventa el oficio de reescribirles sus historias a la gente. El cliente llega, le cuenta la historia de su vida centrándose en sus problemas, Amadeo toma notas y luego le escribe esa misma historia, sólo que desde el punto de vista positivo; convirtiéndolo en el protagonista de su vida, «poniéndosela bonita», como él dice.
Esta estructura hace posible meter cualquier cantidad y variedad de personajes; en la novela hay cuatro: doña Celeste, Vanesa, Leonel y Alfredo. Amadeo les reescribe sus historias y se las pone bonitas y las vidas de varios de ellos se entrecruzan, mientras que la vida de Amadeo va de mal en peor, a causa del suicidio de uno de sus clientes. Hacia el final de la novela, la vida misma le reescribe su historia a Amadeo y lo pone en ruta a lo que es su destino, alejándolo del oficio de componerles las vidas a los demás.
En la novela, incluyo anécdotas de mi propia vida y las de mis amigos, entre éstas la de una prostituta a quien apodaban «la muñequita de cristal»; la de un pescador de San Andrés que se quedó con la langosta que habíamos pescado, mis altibajos con La rial academia, mis amistades riachonas y extranjeras, mis compañeros de barrio y de trabajo. Todo esto para darle cuerpo y sabor: la historia central es la de Amadeo, su oficio y su curva de vida; la noción de que nuestras vidas dependen de las narrativas que tenemos en nuestras cabezas y cómo podemos cambiarlas, o no, porque, como dice Amadeo, «hormona mata patraña». Hay varios otros dichos más, algunos originales y otros no, pertenecientes al ámbito urbano de la ciudad de Guatemala.
Les hago especial reverencia a quienes denomino «los genios urbanos». Son esos fulanos que nunca pasaron de la secundaria, pero que han leído de todo, hablado con todo el mundo y como resultado tienen una sabiduría enciclopédica; conocí a algunos, incluyendo un tío abuelo que se llamaba Tomás Castellanos, mi modelo para Urbina, quien en la novela es el autor de la Enciclopedia Tikal, un documento de consulta que Amadeo usa para todo, tal y como los tres patitos del pato Donald usaban el Manual de los castores. Fue un placer hacerles un pequeño homenaje a estos legendarios y queribles personajes.
La edición y versión final de la novela estuvo a cargo del también legendario editor Carlos López, de Praxis. Él me recomendó simplificar algunos de los capítulos omitiendo desarrollar por completo las historias de algunos de los clientes; ya con lo que había dicho de los otros, se sabía por dónde iba a agarrar la cosa, me aconsejó. Así lo hicimos y el resultado es una novela más compacta, "with a little help from my friends."
Max Araujo dijo que Amadeo Brañas, historiógrafo era una novela de personajes; Rafa Rosal que era una novela del Centro; ¡Juan Miguel Arrivillaga le reescribió su historia al mismísimo Amadeo durante una presentación en Panajachel! Tengo un guion encaminado para hacerla una serie o largometraje, pero el contenido literario de la novela es mucho mayor ¡que su contenido historiográfico! Su humor es el de las calles del Centro de la ciudad de Guatemala. Tendré que releerla despacio y ver si yo también le reescribo su historia a Amadeo, poniéndosela ¡de película!
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