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Las malas influencias

Los estudios y las amistades me llevaron a leer mucha literatura gringa y británica. Después me puse al día con los latinoamericanos, pero he leído muy poca literatura española, fuera de algunos clásicos. En cuano a la primeras, confieso haber sido influenciado por el enfoque novelístico de Kurt Vonnegut y en menor medida por el de John Steinbeck, Richard Brautigan, Ernest Hemingway y John Barth. También, en el sentido formal, por Vladimir Nabokov, James Joyce y Gore Vidal, éste por la impecabilidad de sus párrafos.

Me disfruté mucho a García Márquez, Borges, Cortázar, Vargas Llosa en sus primeras etapas, Quiroga, Fuentes, Paz y Rulfo, por supuesto, pero no puedo decir que me hayan influenciado, excepto por la sombra purista de Borges; no como Isabel Allende, cuyas primeras páginas me remitieron a García Márquez. Las influencias son inevitables y aunque no determinan cómo uno escribe sí lo apuntan en ciertas direcciones.

Varios ascendientes de la literatura anglosajona se perciben en mi forma de escribir. Uno de ellos es el sentido del humor, incluyendo el dirigido hacia uno mismo: los anglosajones no se toman a sí mismos tan en serio como los hispanos y por extensión los latinoamericanos. Vonnegut lo sentenció con su propuesto Onceavo Mandamiento: «No te tomarás a ti mismo tan malditamente en serio». Otro ascendiente es el de las oraciones cortas y concretas, aunque me gustan mucho los símiles y metáforas. Otro más es la sintaxis, cuyas influencias son muy difíciles de percibir para mí, pero evidentes para otros escritores latinoamericanos, incluyendo algunos amigos.


Estos son ingredientes para un fiambre de irreverencia hacia las formas establecidas, tales como la estructura, el contenido y el lenguaje, potenciados por mi trabajo en La rial academia.

Hay otra influencia anglosajona más sutil y más difícil de definir. Los escritores de estos países se identifican con ellos. Los Beats y Richard Brautigan escriben desde los Estados Unidos, Joyce desde Irlanda. Entre los escritores latinoamericanos se da la tendencia a escribir desde afuera; Rayuela es una novela de expatriados; El señor presidente pone de manifiesto la ilegitimidad oprobiosa de un jefe de estado prepotente, sindicando así a todo el país que lo tolera; Cien años de soledad nos muestra un quimérico pueblo costeño; encapsulado, desde afuera y por donde no pasó Bolívar. Mis novelas están escritas desde adentro, aceptando al país en que vivo con todas sus multiplicidades e incongruencias, incluyendo la urgencia de cambiarlo, pero sin satanizar a quienes se benefician de sus desigualdades. Quizás esto también refleje que en mi vida he conocido y he hecho amistad con personas de todas las clases y capas sociales y he logrado mayor o menor empatía con ellos.


Como para balancear estas influencias, la temática de mis novelas es guatemalteca. En el camino andamos es un tour sociocultural de la Guatemala de los 80; Amadeo Brañas, historiógrafo es un testimonio de amor al Centro, sus barrios y sus personajes; leer La suerte legendaria de don Juan es hermanarse con el río Dulce, sus animales y sus personajes; hasta Donde come uno, comen dos es una representación de lo que habría podido pasar en Guatemala si Elías Serrano hubiera logrado perpetuarse en el poder. Escribo sobre Guatemala y desde Guatemala en un estilo y con una tónica influenciados por mis lecturas anglosajonas.


Esto hace que mis lectores, por excelencia, sean personas con mucha confianza en sus aptitudes literarias. Se tienen que salir de su zona de confort, caracterizada en América Latina por las visiones externas, desdeñosas o pomposas. En mi literatura encuentran familiaridad, cercanía y humor y no a todo el mundo le gusta verse en este espejo. Al contrario, muchos se toman de manera literal el verso del querido Manuel José Arce «Yo no quisiera ser de aquí».


Yo soy de aquí. Escribo sobre lo nuestro y utilizo sin remilgos nuestro lenguaje de todos los días. Sé que estamos cambiando y me siento parte de estos cambios. Utilizo una prosa irreverente, breve y con sentido del humor, aunque no exenta de poesia, sin tomarme a mí mismo demasiado en serio. La narrativa y la novela son aventuras lúdicas que aspiran a modificar el punto de vista del lector como lo haría el leve pero dramáticgiro de un calidoscopio. Se esperaría que las malas influencias aportaran a ese calidoscopio una cualidad híbrida que le confiera vigor ¡y no esterilidad!



Adjunto foto de mis amigos del barrio, paradigma de la malas compañías.

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