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Lo bueno, lo malo y lo bello

Si eres buena porque lo aprendiste de tus papás y de tu familia, no eres buena: eres amaestrada. Si ellos hubieran sido malos te habrían criado dentro de sus valores y serías mala. «La moral no es otra cosa que la obediencia a las costumbres, cualesquiera que sean y éstas no son más que la forma tradicional de comportarse y valorar. El hombre libre es inmoral porque quiere depender en todo de sí mismo y no de un uso preestablecido». – Nietzsche, Aurora.

Esto es una exageración. Salen personas «buenas» de hogares «malos» y viceversa. Tampoco es cierto que el hombre libre sea inmoral, como se verá más adelante. Sin embargo, puede excusarse a Nietzsche bajo la elegante máxima de Niels Bohr, «si no puedo exagerar, no puedo hablar».


Lo que dice el filósofo alemán es además una verdad a medias, en el sentido literal. Sólo aplica a una parte de la Historia porque las costumbres, en algún momento, tuvieron que empezar; hubo un inicio, un antes y un después. Cómo, cuándo y por qué dieron inicio las nociones del Bien y el Mal es la pregunta interesante.


Esta pregunta es válida ya sea que creamos en una deidad o no. Si hubiera una deidad universal, que en cierto momento dio a conocer a la Humanidad sus criterios del Bien y el Mal a través de tabletas de piedra o de cualquier otra forma, también es evidente que sigue habiendo acciones buenas y malas, o sea que los seres humanos mantienen la opción de ceñirse o no a los parámetros fijados por esa deidad. Tal capacidad se llama libre albedrío y ha sido muy discutida y hasta cacareada por todas las religiones. Para propósitos de este breve texto, esta capacidad cumple un propósito muy importante, que es dejar en el ser humano la capacidad de elección y por lo tanto nos remite a la misma pregunta del principio: cómo, cuándo y por qué surgieron en los homínidos nociones de Bien y Mal; cómo es posible que una especie animal, ya sea desarrollada por la Evolución o dotada de libre albedrío por una deidad, sepa distinguir y elegir entre el Bien y el Mal.


Hasta donde se sabe, Homo sapiens tiene 200,000 - 1, 000,000 de años de existir, si se asocia humanidad con capacidad de lenguaje y pensamiento abstracto. Esta característica es fundamental, pues la diferencia genética entre H. Sapiens y los chimpancés – Pan troglodytes – es nada más de un 1.3%, mientras que las diferencias de comportamiento son espectaculares. Éstas se derivan, en última instancia, de la capacidad simbólica de H. sapiens, que le permite interpretar, asociar, combinar y poner en contexto palabras con ideas, pudiendo convertir estas ideas en conceptos que también se pueden interpretar, asociar, combinar y poner en contexto, para crear nuevos conceptos y así sucesivamente ad infinitum. El = artículo determinado que transmite que se va a hablar de algo conocido + partido = agrupación política o juego deportivo + estuvo = verbo estar conjugado en la segunda o tercera persona pretérito perfecto + bueno = de valor positivo acorde a sus posibilidades y que en el contexto convierte a partido en juego deportivo, es una oración sencilla que ningún animal, fuera de H. sapiens, puede inventar o reproducir, salvo en forma mecánica los loros. A partir de esta oración, las mentes pueden tomar varios caminos: «Se acabaron los partidos»; «El futbol es para retrasados mentales»; «La FIFA estaba comprada», «Messi se lo merecía» y así sucesivamente. Ninguna especie, fuera de H. sapiens, tiene estas facultades, con frecuencia usadas para asuntos triviales.


El lenguaje es la fuente de la capacidad simbólica de H. sapiens. Las palabras son símbolos que representan cosas, ideas y conceptos. Mesa, árbol, montaña, hombre, mujer son símbolos que nos refieren a objetos, cosas, personas que son conocidos como referentes. Todo símbolo tiene referentes que le dan significado, contenido, esencia. Los referentes de cada palabra son diferentes para cada quien, pero lo suficientemente similares como para permitir la mutua comprensión. Si yo digo «tengo enfrente una montaña» me estoy refiriendo a la montaña que veo frente a mi ventana, mientas que un lector puede comprender la frase, pero se imaginará otro tipo de montaña o la que tiene más cerca. Su referente será distinto.


Un aspecto crucial de la capacidad simbólica es que se puede generalizar. Se desata de la relación símbolo – referente y vuela libre, permitiendo que los símbolos se conviertan en referentes de otros símbolos y así sucesivamente. El concepto bienestar puede tener como referentes a símbolos como dinero, propiedades, amistades, salud, optimismo. La estructura simbólica tiene incontables capas en lo horizontal y en lo vertical.


P. troglodytes se comporta, en muchas formas, como H. sapiens. Es omnívoro; puede ser posesivo con sus cosas o a veces compartirlas con amigos y familiares; invade territorios vecinos y en ocasiones mata a sus congéneres para quedarse con ellos; utiliza instrumentos como ramas y piedras para procurarse alimentos o defenderse; es polígamo, aunque a veces forme parejas estables.


A diferencia de los chimpancés, a los ancestros de H. sapiens les tocó vivir un buen tiempo a la orilla de lagos o mares. Hubo una grave sequía en esa parte del África y se vieron obligados a abandonar las selvas. Aprendieron a comer animales y plantas acuáticos y meterse al agua, lo cual les dio el sostén necesario para aprender a pararse en dos patas, lo cual les liberó las manos. Más importante todavía, sumergirse de manera ocasional, quizá para sacar moluscos, les obligó a aguantar la respiración y a controlarla; los demás primates respiran de un solo tirón, como si estuvieran acezando. El control de la respiración les permitió, con el tiempo, enunciar series de ruidos cortos, que permitieron la formación de palabras y frases.


El lenguaje evolucionó junto con el cerebro a lo largo de cientos de miles de años. Esta evolución conllevó cambios en comportamiento, sobre todo dándole mayor énfasis a la cooperación, pues para desarrollar y usar un lenguaje hace falta ponerse de acuerdo, de manera implícita, en el significado de las palabras y en su composición o sintaxis. El uso del lenguaje reemplazó en forma parcial el uso de la violencia: los problemas se podían resolver hablándolos y las mujeres preferían que se les sedujera en vez de que se las tomara por la fuerza. En esa banda de homínidos, tan cercana a P. troglodytes en su composición genética, la cooperación se acentuó junto con el desarrollo del lenguaje.


Como la mayoría de mamíferos, P. troglodytes y los ancestros de H. sapiens vivían en bandas, grupos, tribus o manadas. Los números dan un mejor acceso a parejas sexuales, facilitan conseguir alimentos, cuidar a las crías y defenderse de los depredadores y enemigos. La solidez, eficacia y estabilidad de las tribus aumentaba las posibilidades colectivas e individuales de sobrevivir.


El maridaje de la cooperación y la capacidad simbólica sentó las bases para la moralidad. Nuestros ancestros simbolizaron todo lo cooperativo, lo que ayudaba a la supervivencia y prosperidad del grupo, como bueno y todo lo egoísta, lo que iba en detrimento de la supervivencia y prosperidad del grupo, como malo. Ésta es la base de nuestras nociones del Bien y el Mal. Puesto que la capacidad simbólica se puede generalizar, muchos conceptos asociados con la cooperación o el egoísmo fueron catalogados como buenos o malos. Hacer ejercicio es considerado bueno, aunque sólo beneficie a la persona, pues es la generalización del concepto a la inversa: se considera bueno lo que contribuye a la supervivencia personal, sin dañar a los demás, o sea en un contexto cooperativo. Fumar se considera malo porque daña la salud y afecta la supervivencia de la persona, aunque lo haga solo y a escondidas.


No es necesario ver para arriba a ver si caen tabletas de instrucción sobre el Bien y el Mal. Tampoco debemos atenernos a lo que nos enseñaron en nuestras casas, aunque con frecuencia nuestra propia naturaleza afirme tales enseñanzas. Tenemos una única oportunidad de ver la vida a través de nuestros propios ojos y podemos aceptar unas cosas, cuestionar otras y crear moralidades a nuestra imagen y semejanza. La evolución de H. sapiens nos muestra cómo, cuándo y por qué se inscribió en nuestra naturaleza la noción ética y las nociones simbolizadas de cooperación y bienestar deferente.


La simbolización de lo cooperativo y de bienestar deferente es un fenómeno más reciente que la mera expresión de nuestros instintos primates, que son tan similares a los de P. troglodytes. Es, por lo tanto, una novel propuesta evolutiva. En cientos de miles de años esta propuesta ha logrado avances significativos: la esclavitud ya no es aceptable y las mujeres y hombres deberían tener los mismos derechos. La Evolución, que no es más que la descendencia con modificación, sugiere que las modificaciones introducidas al comportamiento de los precursores de H. Sapiens resultan en una propuesta que ha sobrevivido la prueba del tiempo y tiene probabilidades de establecerse con cada vez mayor firmeza.


Ver la evolución de la ética en su contexto permite poner en perspectiva las pequeñas y grandes zanganadas que vemos todos los días. Es admirable, por no decir hermoso, que una especie primate tan cercana a P. troglodytes haya desarrollado y consagrado en sus sistemas de creencias nociones generalizadas del Bien y el Mal, por no hablar de belleza, heroísmo y expresión artística. Es algo asombroso, si lo vemos desde la estrella más cercana Alfa Centauri a 4.2 años luz, por tratarse de un fenómeno espontáneo y autónomo en un planeta entre varios de los que giran alrededor de una estrella común y corriente, en una galaxia espiral que no tiene nada fuera de lo ordinario. La brevedad y transitoriedad de esta visión acrecienta su belleza.


Nietzsche, a propósito, también era músico, filólogo y poeta.


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