La famosa frase acuñada por Jesús de Nazaret significa que hay que darle a cada cual lo que le corresponde. Por ejemplo, el esfuerzo que uno hace para escribir no es el mismo que el que hace para vender libros. Es posible que uno lleve al otro, pero mientras tanto es necesario darle al César su merecido.
Mi primer trabajo fue de albañil. De allí pasé a pintor y carpintero, de allí a llenador de cuadros estadísticos y de allí a asistente de investigación. También fui mesero en recepciones y pescador de mejillones durante un día, pero el trabajo era tan duro que al siguiente no me desperté.
Cuando me gradué tomé el primer trabajo que me ofrecieron, en el Instituto Centroamericano de Investigación y Tecnología Industrial - ICAITI. Entre otras cosas, me tocó escribir el Estudio de las consecuencias ambientales y económicas del uso de plaguicidas en el cultivo del algodón en Centroamérica. Cuando lo terminé, sentí ya haber cumplido con mi familia y con la sociedad y me pregunté qué quería hacer yo en realidad. Allí fue cuando se me ocurrió escribir.
Renuncié al trabajo del ICAITI, dispuesto a hacer consultorías y sin un plan fijo. Un amigo y colega me habló para que pusiéramos una empresa consultora y fundamos Ecotecnia, Consultores Asociados. Según yo, esto me daría más libertad para escribir, pero fue lo contrario. Había que ocuparse de la promoción, de la administración y de los cobros, además de hacer el trabajo técnico. Hicimos el estudio de factibilidad de Puerto Quetzal y de allí nos quedamos sin trabajo. Me empleé un año en la USAID, pagué mis deudas, me salí y pasé un par de años auto desempleado, escribiendo los primeros capítulos de En el camino andamos.
Desperté una mañana decidido a dedicarme sólo a escribir y al abrir la prensa leí una carta a los lectores, firmada por el poeta Fausto Aguilera, solicitando ayuda pues estaba pasando hambre. Supe que no debía ponerme competir con colegas principiantes, en la escritura de artículos de a cien pesos para los periódicos y que debía hacer una base económica.
Entonces diseñé y con un amigo desarrollamos y durante algunos años operé una exportadora de nuez de macadamia. Otro amigo me contrató para que asesorara a la cooperativa XELAC y cuando recomendé que pusieran una distribuidora en la ciudad de Guatemala me comprometió a que lo hiciéramos juntos, así que también paré de lechero. La consultoría revivió y me cayeron algunos proyectos interesante. El mismo amigo lechero me recomendó para unos, que desembocaron en un contrato de 10 años con la Asociación de Cooperativas Eléctricas de los EEUU - NRECA. Esta estabilidad me permitió crear la pequeña base financiera que necesitaba.
De allí en adelante, me dediqué a escribir. Amadeo Brañas, historiógrafo, La suerte legendaria de don Juan, Donde come uno, comen dos, El otro lado del silencio (en camino a publicación) y Dos corazones (ditto) han sido el resultado. Durante estos años también hice algunas consultorías para el BID y el Banco Mundial.
Mientras más me concentro en escribir, más desactivo los circuitos cerebrales que sirven para la promoción y realización de consultorías y para el lado comercial de vender libros. Creé una tienda virtual en Facebook llamada Motagua, parodiando a Amazon, pero nunca me meto y a través de ella he vendido pocos libros. Hice una página web y ditto: se mantiene abandonada. Escribir narrativa se volvió lo mío.
Sin embargo, también hay que comprar tortillas para los frijoles y el César requiere lo suyo, así que ahora estoy considerando poner una distribuidora de motores marinos en Izabal.
Dicen que es normal que a un artista le cueste vender su propia obra y es porque la actividad creativa requiere y activa circuitos diferentes en nuestros cerebros; más orientados hacia afuera, con más apertura a lo inesperado y con mayor asociación estética. Hay una razón de fondo para el escritor pobre; o para el pintor, o para el cineasta. Se va dando un desencuentro mental entre el trabajo artístico y el trabajo comercial. David Lynch dijo en una entrevista que «la única salvación es el fracaso»; también dijo que no se explicaba por qué Mulholland Drive, película que BBC Mundo consideró la mejor en lo que va del siglo XXI, nunca se volvió una favorita del gran público.
Guardando las proporciones, hacer una buena película o escribir una buena novela son su propia recompensa ¡y vaya que es grande! Podría seguir escribiendo sobre los desencuentros entre el trabajo creativo y el comercial, pero me toca ir a abrir la puerta porque el César, y no el de la pizza, no ha dejado de tocar para que salga a darle lo suyo. Por suerte, también, los amigos y lectores no dejan de comprar libros y esto permite seguirlo ignorando un rato más, para poder darle a la literatura lo que le pertenece.
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