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Lo que se quedó en el tintero

El texto Lo bueno, lo malo y lo bello fue escrito de un solo tirón, como quien responde a una inquietud o pregunta en una sobremesa de amigos. Ahora toca darle contexto, calificar algunas de las cosas que escribí y poner las referencias para quienes quieran juzgar a través de fuentes más originales que la mía. En aquel texto puse lo que pienso y ahora voy a decir por qué, en algunos casos expresando mis propias dudas.

Lo que dice Nietzsche, «La moral no es otra cosa que la obediencia a las costumbre», deja por un lado nuestras propensiones genéticas. Se ha explorado la influencia genética tanto en la empatía como en lo sociópata de los asesinos en serie. Genes have a role in empathy, study says - BBC News; Psychopathic personality traits: heritability and genetic overlap with internalizing and externalizing psychopathology - PMC (nih.gov) y muchas otras referencias disponibles en internet más sugieren que, de nacimiento, traemos ciertas predisposiciones hacia ponernos en el lugar de los demás y por lo tanto tratarles como nos gustaría que nos trataran o, por el contrario, desconsideración hacia ellos e indiferencia hacia su sufrimiento. La moral, por lo tanto, va más allá de las costumbres y puede verse afectada por nuestra naturaleza.


El mejor estudio de la relación entre Humanidad y lenguaje lo encontré en el libro The Symbolic Species: The Co-Evolution of Language and the Brain de Terrence W. Deacon, https://www.dropbox.com/s/z2yj0j577sf369z/Book_The_Symbolic_Species_The_Co_Evoluti.pdf?dl=0. Es largo, meticuloso y a veces complejo, pero las recompensas de leerlo son abundantes. Al introducirse el lenguaje simbólico en una banda de homínidos es fácil ver cómo se hizo necesaria la cooperación entre estos y a la vez cómo la cooperación misma, y su ausencia, se simbolizaron, convirtiéndose en nuestras nociones del Bien y el Mal.


Nuestra capacidad simbólica es fuente de lo más sublime y de lo más abyecto en nuestras naturalezas. El amor es una simbolización de nuestras necesidades y capacidades afectivas, pero la tortura simboliza nuestro desprecio por el Otro. Las nuevas interpretaciones del Minimalismo parecieran ser intentos de un retorno a nuestras necesidades más simples, menos simbolizadas y más consecuentes con lo «natural», lo más homínido.


La incidencia crucial de una etapa acuática en la evolución humana es más controversial. En 1942, el patólogo alemán Max Westenhöfer discutió en su libro Der Eigenweg des Menschen varias características humanas que se pudieron haber derivado de un pasado acuático, tales como la falta de pelaje, la grasa subcutánea, la regresión del órgano olfatorio, los dedos palmípedos y la dirección del vello. En forma independiente, en 1930 el biólogo marino británico Alister Hardy también lanzó la hipótesis que los humanos habíamos tenido ancestros más acuáticos de lo que se imaginaba: «Mi tesis es que una rama de esta raíz de simio primitivo se vio obligada, por la competencia, de vivir en los árboles a alimentarse en las orillas de los mares y a cazar alimentos como mariscos, almejas, etc., en las aguas poco profundas de las playas». Esto escribió en su artículo del 17 de marzo de 1960 en la revista New Scientist, pero la idea la traía en mente desde 1930. Luego la galesa Elaine Morgan publicó en 1972 su libro The Descent of Woman, donde elabora la tesis de nuestra ascendencia acuática con mucha imaginación y licencia literaria https://www.dropbox.com/s/xkxix25vfn17h6n/_OceanofPDF.com_The_Descent_of_Woman_-_Elaine_Morgan.pdf?dl=0.


Cuando estaba escribiendo la novela La suerte legendaria de don Juan quise explicar por qué las poblaciones indígenas de Mesoamérica se dejaron esclavizar por los conquistadores europeos, mientras que las de Norteamérica lucharon hasta la muerte. Me propuse la hipótesis de que ambos grupos humanos emigraron de Asia a partir de poblaciones diferentes, en distintas épocas y por distintos medios. Con base en mis lecturas y consultas con algunos estudiosos, concluí que los mesoamericanos fuimos en nuestros orígenes, recolectores y pescadores que vinimos a América bordeando las islas Aleutianas en canoas, mientras que los indios de Norteamérica provenían de cazadores paleolíticos que cruzaron el estrecho de Bering cuando se hizo transitable y se quedaron a vivir de la caza del búfalo, el camello gigante y el mamut en las grandes planicies; nosotros llegamos más al sur y nos dedicamos a la recolección y a la agricultura. Los agricultores desarrollan sociedades más estables y piramidales, con peones, guerreros, sacerdotes y reyes, mientras que los cazadores mantienen tribus nómadas con mucha movilidad y un mínimo de jerarquía, en las cuales la mayoría se dedican a la caza. A la llegada de los europeos, los indios de Norteamérica hicieron lo que sabían hacer, que era pelear con lanza y flecha, mientras que en Mesoamérica los conquistadores derrotaron a los guerreros y reemplazaron a los reyes, ubicándose en la punta de la pirámide y esclavizando al resto. Esto es una simplificación y su naturaleza es literaria, pero lo interesante es que ahora la hipótesis de un cruce desde Asia por agua bordeando las Aleutianas se considera igual de plausible como el cruce por Bering, gracias a la evidencia arqueológica encontrada, que resulta en muchos casos anterior a lo que habría sido plausible si sólo tomamos en cuenta el paso por el estrecho. El punto es que algunas veces las hipótesis plausibles, aunque no sean comprobables en este momento, agarran con el tiempo mayor credibilidad y estatus, como le puede pasar a la tesis de nuestra ascendencia acuática.

De lo más interesante de esa tesis es que de allí vendría nuestra capacidad para controlar la respiración y por lo tanto para enunciar palabras, tan importante en el desarrollo del lenguaje verbal, que luego da lugar al lenguaje escrito.


El texto Lo bueno, lo malo y lo bello surge de la necesidad de entender de dónde viene la ética y la moralidad en una especie de simio, sin intervención divina ni extraterrestre. Se trata de comprender cómo desarrollamos el sentido del Bien y el Mal por nosotros mismos y en nuestro contexto natural, sin espiritualidades contradictorias en las diferentes culturas, ni creencias emanadas de la bien ponderada ciencia ficción. Entender nuestras bondades y maldades en su contexto natural y evolutivo nos hace ser más indulgentes hacia nosotros mismos, sabiendo que no existe posibilidad de comparación con algo mejor y a la vez nos da la esperanza de que la Evolución nos seguirá llevando por el camino que nos ha traído hasta aquí.


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