Todo es natural. ¡Qué más podría ser! Aparte es que algunas cosas sean inexplicables. Nuestra epistemología tiene raíces en lo verificable. Muchas culturas no occidentales tienen formas de conocimiento intuitivas. «Justo antes del tsunami de 2004 que arrasó las islas del océano Índico, los Moken se dieron cuenta de que los pájaros habían dejado de cantar y los delfines se estaban adentrando mucho más en el mar. Entonces se subieron a sus barcos y navegaron al océano profundo, donde la cresta del tsunami fue mínima. Ni un solo Moken sufrió daño». - Daniel Goleman, Focus.
El conocimiento intuitivo requiere confiar en nuestros otros sentidos, más allá de los cinco que nos enseñaron en la escuela. Es necesario abandonar la perspectiva tomasiana de «hasta no ver, no creer». La ciencia occidental es maravillosa, pero no tiene todas las respuestas. La mayoría hemos tenido experiencias inexplicables, que preferimos almacenar en el desván de la memoria o algunos atribuir a entidades misteriosas.
Una tarde de viernes, hace años, decidí manejar al río Dulce en una camper Volkswagen donde nos podíamos quedar a dormir donde nos agarrara el sueño. Empacamos, subimos las mochilas y hieleras y al arrancar el motor noté un ruido extraño. Le dije a mi acompañante que no, que mejor llevar la Combi al taller y que el próximo fin de semana iríamos al río.
Así lo hicimos. Dejamos la camper en el puente y viajamos en cayuco a la cabaña del Tatín. Nos salió a recibir don Juan, al muelle: «Don Eduardo, usted venía para acá la semana pasada. Yo lo vi, que subieron las cosas al carro, se arrepintieron y las volvieron a bajar». Tengo testigo.
Hay muchas anécdotas más, que son parte de la leyenda de don Juan. Otra vez, luego de una ausencia de seis meses, al llegar me lo encontré dando vueltas en el muelle. «Yo sabía que usted venía hoy», me dijo y me ayudó a subir las cosas. Contaba que había echado un lanchón al agua con la sola ayuda de una tranca, cuando veinte hombres no habían podido hacerlo. Curaba los enfermos y de esa cuenta se había ganado el respeto de los vecinos. Llamaba a los animales en voz baja y le hacían caso. Tomaba el fuego con las manos y lo cambiaba de lugar para que no nos molestara el humo. Pasaba la noche pescando en el Golfete y aunque cayeran grandes aguaceros él decía que no se mojaba.
Después de que murió, quise hacerle un homenaje escribiendo una novela con retazos de su vida. No quería hacerla un panegírico y ya Don Segundo Sombra le había puesto la tapa al pomo de las novelas con protagonistas rústicos extraordinarios. Me inventé la historia de un antropólogo que anda buscando rastros de los primeros colonizadores del continente americano y contrata a don Juan como su guía. Se quedan atrapados en una cueva y sin nada qué hacer Daniel le pide que le cuente su historia. Mi intención era fabricarle un marco digno a la vida de don Juan.
No pude evitar hacer la vida de Daniel también interesante y hacerlo a él un personaje querible. Como resultado, lo que debía ser una eulogía de don Juan terminó siendo la historia de dos compañeros de aventuras. Después de leerla, mi amigo Carlos Arturo Molina me dijo «me quedo con Daniel».
En toda buena novela interviene una mano inexplicable. Cuando estábamos en las últimas revisiones con Carlos López decidimos cambiarle el título a Juan del río, pero nos dimos cuenta de que ya los operarios de Praxis habían tirado los interiores con el título provisional La suerte legendaria de don Juan. José Luis Perdomo, al cuidado de la edición, señaló que don Juan había elegido quedarse con este título, que seguía ejerciendo sus influencias y haciendo sus travesuras desde más allá.
Podría dar una docena de ejemplos donde una mano inexplicable les ha dado a mis novelas el toque que parecían estar necesitando. Lo importante es la actitud, el estado mental, la apertura de percepción que nos lleva a ese conocimiento intuitivo, no importa cuál sea nuestra ocupación. Don Juan parecía vivir en este estado de manera permanente y en la novela me arriesgo a aventurar una explicación.
Tampoco hace falta explicárnoslo todo. Sabemos cómo funcionan el ojo y el oído, pero no los ultra cinco sentidos. Aún así, tenemos la oportunidad de cultivarlos, con sólo admitir que existen y prestándoles atención.
Leer La suerte legendaria de don Juan es una buena motivación, un buen comienzo.
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