Al señalar las máscaras, señalamos su ausencia como algo fundamental y verdadero. En su esencia, nadie es cognoscible por los demás; a veces, ni siquiera por uno mismo, excepto a través de grandes esfuerzos de autoexploración. Todo lo que los demás conocen son nuestras representaciones, nuestras máscaras. La máscara es nuestro vehículo de comunicación interpersonal, nuestro lenguaje.
La magia de La travesía de la máscara de Mauro Osorio reside en que a fuerza de señalárnosla, en sus diferentes manifestaciones, de quitársela en el sentido simbólico, nos permite atisbar al ser humano que las subyace. Estos señalamientos van acompañados de protestaciones de autenticidad, que son como los llantos de un niño que la madre deja abandonado, pone en un rincón mientras realiza las tareas de la casa. Son ocasiones para decir «aquí estoy, esto siento».
Se logra atisbar al ser humano, aunque no conocerlo. Uno presiente que detrás de cada protestación hay una reflexión. A veces, estas reflexiones también son compartidas con el lector, pero al hacerlo se transforman en máscaras también. Queda oculto el murmullo unipersonal icongnoscible y desenmascarado, pero se presiente.
El libro de Mauro fue publicado por la legendaria Editorial X y presentado en el Centro Cultural La Casona el jueves pasado, el 16 de marzo. Sergio Valdez Pedroni y un servidor tuvimos el honor y el atrevimiento de comentarlo. Aunque nada reemplaza su lectura, aquí va la esencia de nuestras presentaciones; sendas máscaras, pues nuestro tono de voz, nuestras inflexiones y nuestras improvisaciones se quedaron en la frecuencia irrecuperable de aquel presente.
LAS MÁSCARAS INCONCLUSAS DEL COMPAÑERO MAURO OSORIO - Sergio Valdez Pedroni
ACTO 1
Memoria emotiva, acopio de fragmentos vividos e imaginados.
La realidad exterior a la conciencia cede ante la realidad recordada y reinventada en el ritmo vertiginoso de la evocación, la reconstrucción y la reinvención de los hechos a través del filtro del deseo postergado y de la imposición, con las armas recobradas de la rebeldía y la mentira como recurso de autodefensa. La voluntad literaria inagotable, impulso creativo paradójico, que oscila entre la vitalidad del desorden y un ejercicio permanente de autoconciencia, que le rinde culto a la razón y a la crítica sin prejuicios en todas direcciones. No es la realidad ni la «memoria histórica» como objeto metaliterario, cercado por pautas academicistas que señalan alguno de los inútiles «debe ser» de la escritura. Todo se construye poco a poco (a tropezones, sobresaltos), en un texto que no se agota en las fronteras del autor -de su mundo, su presagio, su encanto y desencanto - y que no aspira a legalidad narrativa alguna. En su afán de romper con los cánones formales y pagar el riesgo que esto supone, hace de lo ecléctico y lo heterodoxo un fetiche formal y discursivo. Pero, al final, todo se justifica por el aliento poético, ambiguo, del relato que subyace a su particular régimen de imágenes, eventos, personajes. La presencia de lo subjetivo es permanente, pero no eclipsa el reflejo de la magia, el conocimiento o la vulgaridad lumpen heredadas del otro urbano y el otro rural, que circundan su peregrinaje. Lo ancestral se refleja en lo indígena contemporáneo o en alguno de los infinitos «pájaros sin sol» que surcan sus tinieblas. Lo poético negocia con lo narrativo historicista, que adopta forma de crónica fragmentaria sobre viejos procesos rebeldes, contestatarios, accidentados y errantes - sin solución de continuidad al cabo del tiempo -, donde el yo silencioso se confunde con el nosotros bullicioso de las calles o las graderías de las arenas suburbanas de lucha libre. Es un ejercicio plural que, por momentos, remite a las palabras sopladas por Monzón, desde la reposadera de la lucidez y la marginalidad. No es literatura que aspire a convertirse en instrumento revolucionario. Tampoco un desplante alternativo de posguerra, impreso y promovido por editoriales seudoindependientes debidamente financiadas por las agencias de la normalidad, la certeza democrática y lo correcto.
ACTO II
Agazapado en una trinchera antigua de nuestro propio tiempo urbano
Renovando sin querer la ingenuidad de aquel asalto escandaloso a la utopía
Con las espinas hirviendo en el bosque interior de tu incertidumbre y tu poesía
Un temprano deseo ilícito e inconcluso hace temblar hasta el presente
A los dioses inútiles de la disciplina, la obediencia y la subordinación
Sos una bestia de la ternura, la rabia, la duda y la irreverencia, de eso no cabe duda.
Imposible reducir tu confesión - tu proclama, tu desafío - a la superficie del consumo literario esnob, propio de las necrópolis urbanas donde se pudren los restos de la autenticidad
El secreto de los árboles y las esquinas trocadas en presencia del deseo compartido
La presencia de la luna es inútil - tenés que entenderlo, bróder - ante la fuerza irrenunciable del sol en la madrugada y sus heridas abiertas, horas antes,
Durante la derrota de la negación y el desencuentro.
Sos un migrante eterno de este continente agrietado
De esta plenitud que no termina de entender
la acción precursora de los muertos
enterrados sin máscara
debajo del ring
(Ahí donde se besan
Los representantes del viento
Y la rutina).
Mis ojos se disuelven en el escalofrío imposible
De tu memoria, que todavía está por nacer.
La travesía de tu máscara tiene en común con Mishima
el ejercicio de la confesión sin culpa
No hay lugar para encomiendas clandestinas
Sólo la disposición al sacrificio - simbólico, imaginario - frente a todas las formas del poder.
Tu vigilia literaria se confunde con las artimañas del vértigo
el relámpago que hiere la desnudez de mi asombro
Gracias
***
Después de la poética y abrazadora obra en dos actos de Sergio, me da pena compartir mi prosaica reseña del libro de Mauro. Me lo justifico pensando que servirá de mapa para dimensionar la obra y sus profundiades. Espero que esta exposición cartográfica incite a quienes la lean a adentrarse en los territorios que Mauro devela, como un luchador que pierde el combate y con el la máscara, pero regresa al cuadrilátero, la recupera, la vuelve a perder y sigue así durante muchas más caídas que las dos de tres a las que nos tienen acostumbrados.
LA TRAVESÍA DE LA MÁSCARA - RESEÑA
Eduardo Villagrán
Mauro me hizo llegar el manuscrito de su libro en agosto de 2022. Leí el primer párrafo con el usual escepticismo, luego el segundo y seguí de largo hasta terminarlo. Esto es poco usual en un libro de poesía aunque sea en prosa, pues uno casi siempre necesita darse un descanso entre las diferentes emociones que suscita.
Principiemos por hacer un experimento intelectual. Imaginemos que hubo una gran pandemia, guerra mundial o catástrofe y que sólo vos quedaste vivo. Para tu suerte, te tocó una cabaña a la orilla del río Dulce, con tanques para recolectar agua de lluvia, sistema de electricidad solar con luces, carga de computadora y refrigeración y un arpón para cazar pescados. Si no hay nadie más en el mundo que te vaya a leer, ¿escribirías?
Algunos, sí. Para ellos, escribir no es comunicarse con lectores imaginarios, sino convertir los sentimientos, pensamientos y recuerdos en algo tangible, en algo objetivo, en este caso palabras; sacarlos del reino de lo personal y darles vida afuera de uno mismo, darles su propia existencia, como un pintor a sus cuadros y un músico a sus melodías. Estoy seguro de que varios en la audiencia así lo harían, como también de que no es algo excluyente del placer de compartir con los lectores.
La travesía de la máscara tiene esa resonancia de autenticidad: la de estar escrito para uno mismo, sin perjuicio de que el lenguaje lo conduzca hasta sus lectores en forma natural. El libro se divide en dos partes. La primera se titula Del ciclo cuando la máscara era evidente y la segunda Del ciclo cuando la máscara se vuelve olvido. La primera parte tiene 23 capítulos, a veces nada más breves acápites, con títulos como No será hoy que me vista de luto, Una bestia dormida tras el oído y No se dobla la esquina por gusto. La segunda tiene 33 más un epitafio, con títulos como Pido a todas las aves que callen, Alza la tumba su lengua y Sé que la piel es mortaja.
La primera parte es un ejercicio poético de nostalgia por la niñez, las tardes viendo lucha libre con el padre y los cariños y atenciones de la madre. La lucha libre contribuye con la imagen de las máscaras a lo largo del libro. Cito: « Un rostro refractado deambula las cuatro esquinas cinco, de una hoja en blanco. Cuadrilátero me adentro sin justificaciones a cantar en las fauces del lobo». «Allí tiempo juntos/ era medido con patadas voladoras chupadas de cigarro Cali comentarios entre anuncios idas rápidas a otro canal para ver la peli de tin tan BN yo el del dial de la tv tac tac tac/ pararme y sentarme». «Con fin feliz siempre. Ganara, quien ganara. Mirá mijo: Nunca escatimés un latigazo al pecho. La vida es ruda y no hay contemplaciones. «Mi padre construía toda la semana. Luchaba sábado por la tarde a mi lado frente a la tele. Me otorgaba el privilegio de ser yo el técnico… él el rudo y nos enfrentábamos fantasmagóricos en las diminutas imágenes de la diminuta tele en el diminuto ring ése era mi mundo… fantásticamente diminuto y allí, oh encantamientos de músculos bravíos, Azzari era el campeón indiscutible / allí maduré mi propia máscara a la medida de todo lo que hoy temo y no hay tonada, Martín es el titán de titanes en el ring que me sirva a la hora decisiva».
También se detecta una culpabilidad saludable, la del hijo que trascendió su hogar en su nivel educativo y de expresión artística, pero que resiente ese distanciamiento, por positivo que sea. «Yo muero Mamá a mil meses 8.3333333333333333 fracciones de no sé que tiempo para recolectar olvidos. Para ir sin vino amén y a la vuelta de la esquina/ por tal culpa por mi grandísima culpa/ han quedado ciertas y engendradas muchas estaciones sin pájaros». «He de vivir algún ciclo luego de esta muerte entonces la variedad de tierras en mis manos confabularán raíces cielos desbocados en tus ojos niña de mis ojos cuna biberón repleto de zumbidos de mosca yo lo recuerdo madre… me faltaba el aliento cuando no te respiraba».
En cierto momento humorístico, el autor se vuelve perro: «Volví diez siglos después a quedarme tras la puerta escarbando voces y haciendo sacrilegio de las tumbas tenía mi rincón de chucho y mis huesos acumulados escondidos usufructuados nada decían para responder mis dudas tontas… rato raro era lamerme el sexo tendido al sol rascando mi manto de secretos lacios expulsando malas pulgas y garrapatas incesantes todo olor y territorio ocupado de exultantes tropos con que me cubría de la noche».
En el libro hay erotismo: « pupila horizontal que entre camas discurre los misterios insondables del pezón, de los labios, de los labios, sí… esos, y las gotas caderas sin ninguna fruta posible para nombrarlas». También homoerotismo infantil: « todos los ojos siempre los ojos, te siguen el trayecto José Azzari, mi bello Champion Du Mond eco lejano». También aversiones, resultado de las sensibilidades de un niño: « Yo iba por el hígado en la odiada cholojería atacado por náuseas que vulneraban mi fe. Recuerdo el temido arte-facto para destajo el ansioso cuchillo cortando todo a medida la cabeza del cerdo, adormitada mutilación por cada siniestro de niño ahogado en vida de ocultas condenas desde temprana hora».
La primera parte es, entonces, un largo poema desde la niñez, que nos habla de distancia, nostalgia, remordimiento y conciencia de la muerte, todo salpicado de referencias a la lucha libre: «patada voladora vuelo de ángel latigazo al corazón».
En la segunda parte, «la máscara se vuelve olvido». Se deja atrás la niñez y se examina la irrelevancia de los logros de la edad adulta y la certeza de la muerte. «Cada noche es un disco de vinil deteriorado / Una hoja mal escrita… reseña ambigua de moralejas tardías consecuencias de liebre sobrestimada tortuga de victoria siempre». «Sí hay una risa al final del suplicio recompensa ósea y eterna. Pero queda rumbo a una dirección desconocida: “al otro lado de la muerte”». «Estoy rendido ante el asombro Confronto lo minúsculo de mi tamaño frente a la escala estupefacta de lo inmenso Lo sublime se yergue y tiemblo. Todas mis deidades se regocijan. Ya me lo habían advertido: ni un solo drama o grito puede alterar el silencio ensimismado del Universo». «Un día salí del vientre y ya va a ser el ocaso».
Sin embargo, en esta adultez con miras a la muerte también aparecen recuerdos de la niñez: «¿Cómo era mi cuna en la guardería? Tarde entrañable de olor a papá después de todo el día perdido entre pasillos cortos de pisos inmaculados lenta negrura avanzaba por el suelo lenta perseguida por el ojo lenta mirada insistente sombra lenta que caía al patio y a su mitad la gloria de Ellos llegando por mí ya comido de frijol colado y plátano cocido. La noche era para respirarlos / mamá sujeta al medio tonel donde crepitaba el fuego que inflamaba de calores intensos las frutas en conserva que ella cocía dulce madre del rincón soledad mariposa transparente silueta dueña de la noche que tiempo no tuvo para una canción de ¿cuna cómo era? Mirada que a pausas desfallecida en el hundimiento de mi cara hasta el sueño rotunda conclusión era del día marginal de barrio difuminado».
Hay mucho más, todo bajo los signos de la soledad, de lo pasajero, de lo intrascendente y de lo perecedero. Una soledad que no olvida al nido de donde uno salió. Una fugacidad que tiene presente la eternidad de la luna. Una intrascendencia contradicha por la poesía. Una mortalidad matizada por un amor intenso a la vida.
Aunque es un gran dibujante y acuarelista, estoy seguro de que Mauro seguirá escribiendo. Las palabras no sólo reflejan sentimientos, pensamientos y recuerdos, sino que también les dan forma y al hacerlo les califican y definen. Construyen nuevas máscaras. Esto crea un círculo, casi siempre virtuoso, de inspiración y cristalización, que seguirá despidiendo chispazos centrífugos que con suerte tendremos la oportunidad de leer.
Podría seguir, pero cuando uno reseña este libro dan ganas de citarlo todo, por lo que mejor es leerlo.
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