Respecto del último mensaje Escribir y trascender, comenta mi querida amiga la actriz y dramaturga Margarita Kénefic: «Quisiera agregar otro aspecto vital, que es el de jugarle la vuelta al tiempo, al olvido, y, a la larga, a la propia pelona. Avanzamos en el camino, el fardo está cada vez más agigantado, tesoritos se quedan botados sin que nos percatemos... En la medida que lo escribimos, podemos soltarlo... y volver a él, al día, al incidente, a la visión, a los ojos que vieron y que vimos, y ocurre el milagro: que todo está allí, intacto». Por supuesto, aunque éste es un punto de vista más profesional. La mayor parte de quienes escriben de manera eventual como Rocío Parra, la «encantadora amiga» del comentario anterior, tiene su vida existencial resuelta de otras maneras, «le juega la vuelta a la pelona» con otras maromas. Los que nos dedicamos a este oficio más que a cualquier otra cosa es porque no tenemos otras maromas.
Hace años, utilicé una metáfora en un cuento. Consistía en que cada experiencia de vida era análoga a comerse un ostión, ostra o almeja y tirar la concha sobre la playa. La experiencia en sí era la carne y la concha era el recuerdo, la memoria de esa experiencia; pertinente, notable y a veces hermosa. Escribir ese cuento era como hacer un collar de conchas, eligiendo los recuerdos que le correspondían a lo que le había servido de inspiración; cada cuento era un collar de remanentes de experiencias y se ponían en él las que correspondían.
Hablar de conchas me hizo pensar en ceviches. En nuestra juventud íbamos al mercado La Parroquia bajo el liderazgo de Tono Urrea y comprábamos ostiones para hacer un ceviche, plato poco conocido en aquel entonces y del que Tono era principal promotor. Hacíamos el ceviche, nos lo comíamos con cervezas y tirábamos las conchas a la basura o a la calle; algunas aparecían en el sitio baldío que usábamos para jugar futbol, llamado Wembley para estar a la moda del 66.
Lo menciono porque tenía otro tema en mente cuando recibí el mensaje de Margarita. Quería hablar de por qué los escritores de habla hispana tienden a tomarse a sí mismos tan en serio, teniendo como paradigma El Quijote y otras maravillas del género satírico. Los escritores anglosajones tienden a burlarse más de sí mismos, a decir muchas cosas tongue in cheek. Los de habla hispana nos tomamos tan en serio que a veces pontificamos.
Puede ser que esa tendencia a tomarse a sí mismos tan en serio venga de una influencia monástica en la cultura escrita, heredada a través del catolicismo. Al igual que yo, Margarita Kénefic como teatrera maneja lo histriónico con gusto y soltura cuando le toca. También podemos escribir en serio cuando necesario, pero el tono de su mensaje confirma lo que sé de ella, y es que tratamos de cumplir con el onceavo mandamiento de Kurt Vonnegut: «No te tomarás a ti mismo tan malditamente en serio».
Ya no hago ceviches de concha, sólo de pescado. Tampoco sé si la familia Kénefic viene de Irlanda del Norte - protestante - o Irlanda del Sur - católica. Lo que sí es cierto es que ella y yo, como muchos otros, seguimos haciendo collares con las conchas de las experiencias y vivencias que nos encontramos tiradas en las playas de nuestras memorias. Si no logramos jugarle la vuelta a la pelona, podemos con nuestras maromas mantenerla distraída.
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