En el pasado Jueves Literario del Centro PEN hablamos con Víctor Muñoz acerca de la persona y la obra de Elisa Hall. Concluimos que la polémica sobre su novela Semilla de mostaza puede darse por concluida en favor de la autora, gracias a la tesis de Orlando Falla, al estudio filológico de Gabriela Quirante y a los comentarios históricos y geográficos de Francisco Pérez de Antón. Por los méritos literarios de Elisa, le dimos la bienvenida, póstuma y simbólica, al Centro PEN y a La rial academia a su elección y dispusimos que en adelante hablaremos sólo de su obra y dejaremos atrás la polémica, dándole vuelta a esa ingrata página.
Poniendo manos a la obra, voy a hablar de algunas características de Semilla de mostaza y de los comentarios que suscitó. Se trata de una novela sobre la niñez y el crecimiento del personaje protagónico, Sancho Álvarez de Asturias; de su maduración y de su camino hacia la adultez. Tiene el formato de una autobiografía, combinado con lo que los gringos llaman un libro de coming of age. Es cómica, satírica, biográfica e histórica, pero sobre todo es una obra de ficción. Su lenguaje es un remedo de castellano antiguo, con elementos tomados de los siglos XV al XVII, pero con lapsos que revelan que fue escrita en el siglo XX.
El protagonista, Sancho, es retratado al principio como alguien sentimental, pequeño, débil, rechazado y medroso en su niñez. En su edad adulta da muestras de valor y gallardía, como si la autora fuera creciendo en la comprensión de la naturaleza de su personaje conforme él también crece. Siendo mujer, fue para ella un reto crear un personaje masculino creíble y al principio le tocó hacerlo más suave, conforme a su propia naturaleza.
Algunos de los otros personajes incluyen a Fernando Álvarez de Asturias, el papá de Sancho; al fraile Ruperto, su tutor, quien en cierta bizarra secuencia lo secuestra como para darle una lección; a Petronila, su amor imposible y un eco de Dulcinea; a su hermano Diego Álvarez de Asturias, de quien Petronila está enamorada y que se hace monje; a su otro hermano Rodrigo que se casa con Petronila; a su pariente Sebastián, padre de Petronila quien se lo trae para Guatemala cuando es nombrado gobernador; y a Pepinillo, su simpático escudero, a su vez un econ de Sancho Panza.
Cuando uno se adentra en la lectura y una vez superados los obstáculos que presenta de el remedo de castellano antiguo en el que está escrita, la lectura fluye, no tanto por la trama general, sino por las pequeñas tramas de cada capítulo, que pueden verse como anécdotas o consejas, pasajes de la vida de Sancho, que nos plantean una aventurilla del protagonista y de sus familiares y amigos. Uno termina un capítulo y se siente a gusto de saber qué pasó, preguntándose qué viene después.
La novela no tiene un giro fantástico en el sentido convencional ni propone una realidad alternativa justo porque toda la obra es un giro fantástico: la biografía inventada y apócrifa de Sancho Álvarez de Asturias. Al reconocerlo, uno se divierte con las ocurrencias de Elisa, como cuando a Sancho lo secuestra el jesuita o cuando lo seduce una dama casquivana. Además, y por sobre todas las cosas, la novela lo atrapa a uno por su estilo de escritura. Elisa escribe estupendo.
Un ejemplo: «Ya el cielo empezava a encender sus luminarias. En la tibia atmósfera se difundía el perfume del hinojo aromático e de la manzanilla florecida que mis pies avían hollado. Un castaño que crescía junto al molino brindó a mi hambre sus frutos caídos, que me supieron a tierra y humedad» (p. 33).
También intercala poemas de su invención:
«Non te partir, avecilla,
Que son fieras las fronas
E los campos de Castilla
Tienen el agua menguada.
Guardarte he, fortunada
E presa en los mis amores
No te partir, avecilla,
Mis halagos son mejores».
También contiene elocuentes descripciones, como la que hace de Petronila:
«Como yo la vide niña, parecía un querube escapado del retablo de un altar. Llena de carnes, sin avellas en demasía, la color muy sana, los ojos negros como la endrina y morunos; la boca, corazón escarlata, de labios carnosos, con las comisuras alzadas como puntas de ballesta; la nariz fina, ampla la frente e orlada de cabellos abundosos y avellanados; breves las manos y recogido el pie. Tal era en su apariencia externa aquel prodigio de fermosura». (p. 39).
Un ejemplo de sus metáforas, que no son muchas:
«Quando paramos en una fonda para tomar refrigerio y descanso, ya nuevos retoños de ilusión echavan sus brotes en mi alma, y el espolazo de la impaciencia hazíame retardado el viaje; que éralo de cierto, para comodidad de mi señor don Alvaro, ya más que sexagenario y algo achacoso». (p. 69).
El libro se deja leer con gusto porque fue escrito con originalidad, gracia, humor y buenas imágenes. También porque Elisa da muestras de profundas intuiciones acerca del corazón de los hombres y las mujeres. Algunas de sus observaciones al respecto me hicieron pensar en Shakespeare.
Cada capítulo tiene un subtítulo y un proemio, ambos escritos a posteriori por su nieta Ingrid Asturias; el proemio resume de qué tratará el capítulo y facilita mucho la comprensión de la obra, en parte porque está escrito en castellano contemporáneo. Por ejemplo: «Capítulo I: “Fundición de la campana”. Orden de los hermanos de don Sancho. Llegada de Petronila y sus padres. De la celebración y fundición de la campana que don Fernando Álvarez de Asturias donara en 1644 a la Santa Catedral de Oviedo. Del orden de la familia (según Semilla de mostaza): primero, don Rodrigo, mayorazgo y heredero; segundo, Don Diego; tercero, cuarto y quinto, etc.»
Después del proemio viene el capítulo en sí: «SU MERCED, don Fernando Álvarez de Asturias, señor del antiguo solar de Nava y de los de Noreña, Jixon e Trastamara e rico home de Oviedo, tuvo a bien vigilar por sí mesmo la fundición de una campana grande, con labrados y cordones e con el escudo e nombre de su casa, con que donó a la Santa Cathedral, cumpliendo voto que fiziera a la Santísima Virgen, con ocasión del milagroso alentar de su esposa, doña María Doriga de Valdez, hija de don Fernan García de Doriga, señor de esta casa en Asturias; la qual viose atacada de fiebres ansí como me dio a luz en el año de gracia de 1640».
La novela arranca con el nacimiento de Sancho, sigue con su niñez como un muchacho débil y asustadizo - su padre don Fernando lo veía como poca cosa - mientras que su madre lo comparaba con una semilla de mostaza, que siendo pequeña se convierte en un árbol. (El árbol de mostaza es en realidad un arbusto y su altura va de 80 centímetros a un máximo de 2.5 metros, pero la metáfora bíblica lo ha agrandado en nuestro imaginario). Luego narra la llegada de Petronila, de quien Sancho se enamora. Cuenta sus viajes por los alrededores de Oviedo, de la muerte de su padre, del enamoramiento de Petronila por su hermano Diego, del viaje de Sancho a Madrid donde se convierte en paje de la corte; de sus primeras aventuras sexuales y de su retorno a Oviedo; del amor platónico que sigue sintiendo por Petronila y de cómo ella lo agarra de confidente porque Diego se vuelve monje y frustra para siempre sus aspiraciones. Narra también sus intrigas con amigos y sus excursiones de cacería; el rapto y rescate de una doncella; la boda entre su hermano Rodrigo y Petronila por mandato de su padre y del desencanto de Sancho. Luego de cuando lo rapta el padre Ruperto y Sancho logra escapar. Entonces toma la decisión de entrar a la milicia y participa en la guerra entre España y Portugal, donde resulta herido; en el camino se van contando anécdotas de su escudero Felipillo, una creíble encarnación de Sancho Panza. Se describe también su duelo con Enrique Cabral y otras intrigas; el enamoramiento de Felipe IV con una bellísima monja; cómo Sancho es seducido por una dama aventurera; su segunda aventura guerrera contra Portugal; la derrota de España y cómo es tomado prisionero y puesto junto con unos leprosos; su liberación gracias a un canje de prisioneros y su regreso a Madrid; el nombramiento de su pariente don Sebastián, padre de Petronila, como Gobernador General del Reyno de Goathemala; de cómo por los mismos días Sancho pierde su fortuna y a la vez muere el hijo mayor de Petronila, Manuel, inspirando a su abuelo Sebastián a llevarse a su otro nieto del mismo nombre a Goathemala, para que no se muera de la misma enfermedad; de cómo Petronila convence a Sancho de que se vaya él también a Guatemala a cuidar a su hijo y Sancho accede.
La novela termina cuando Sancho ve alejarse las costas de España desde un barco rumbo a Guatemala: «Con su hijo [de Petronila] en los brazos, de allí a tres días vi desvanecerse en la lontananza las costas de mi patria. Y acabados fueron mis pecados en España» (p. 282).
Entre los comentarios que suscitó la novela cuando apareció, dice Fernando Hernández de León: «Una novela que tiene todos los encantos y recortes de una novela picaresca del siglo XVI». «Elisa Hall, capaz de hacer con el idioma una cera que tome formas consagradas». (Noticia Editorial de agosto 1938, en la segunda edición de la obra). Añade Adolfo Drago Bracco: «Un señor libro. Me consta que fue escrito laboriosamente, es decir, que su composición costó a la autora largos días de estudios y de investigaciones. … Semilla de mostaza es, a mi juicio, una obra que honra, de manera especial, las letras guatemaltecas. Quien, sin apasionamientos vaya adentrándose en aquellas páginas copiosas tendrá que quitarse el sombrero ante esta mujer nuestra». (Nuestro Diario). Agrega José Valle: «¿Pero es posible que una persona que nunca diera a conocer dotes literarias se venga sin decir agua va con una obra de tamaño calibre? … Revelan conocimientos profundos de los hombres y de las cosas… y aquilatar perfecciones de lenguaje y acomodo perfecto de situaciones de lo narrado con el ambiente de la España del siglo XVII, y encontrar una estructura narrativa sin tacha y mil primores más, propios del novelista avezado a estas dificilísimas tareas, viene de inmediato el asombro y luego … la sombra de la duda. Un motor de aeroplano hecho por un niño de cinco años que en su vida hubiera desarmado un juguete mecánico. Lo repetimos con énfasis: Semilla de mostaza es para nosotros un magnífico, un bellísimo libro...». (Nuestro Diario).
Eduardo Mayora es todo elogios ante lo que él llama «madurez, ingenio, paciencia, poder creador, voluntad maravillosa de estudio, encanto en la narración, sabor de autenticidad que evoca agradablemente a la gloriosa legión de novelistas del siglo del Oro de las letras españolas”». «Tal madurez… asombra y desconcierta. Cómo se puede de primera intención hacer tal alarde de conocimiento del léxico y atreverse afortunadamente con tan armoniosos giros; ¿cómo pintar con seguro trazo el carácter de los personajes logrando unidad y lógica dentro de la discreción?... se ha publicado algo digno de publicarse; estamos frente a un valor literario de positivo relieve; el libro está en marcha, animado por su propia virtualidad, por su contenido espiritual, por la gracia y la belleza con que fue ungido al nacer. ¿Mucho libro para una mujer? Puerilidad. La inteligencia no tiene sexo». (Nuestro Diario). «La discreta naturalidad, la crudeza inocente de ciertos pasajes, añejo y fresco sabor el de esta prosa perfectamente castellana que hacen que esta novela esté llamada a ser orgullo de la literatura hispanoamericana» (Sinforoso Aguilar, El Imparcial).
Por su parte, la autora dice que ella sólo pretendía: «simple entretenimiento, sin grandes pretensiones literarias… afán irresistible de emborronar cuartillas, crear situaciones y personajes novelescos, y en este caso aprovechar los datos genealógicos de importantes miembros de la familia Asturias para aderezar una novela completa, entreverada de realidad y fantasía» (en El Liberal Progresista).
Manuel Cobos Batres añade que encontró en Semilla de mostaza un lenguaje que le recordó El Quijote, El lazarillo de Tormes y La celestina, concluyendo que el escritor «se inspiró no en uno de estos tres famosos libros, sino en los tres... afortunadamente para [Elisa], no una señal sino muchas de gran bulto acusan de manera irrecusable que está escrita en esta época [los años 30], comenzando por el estilo mismo, a pesar de su simulada ancianidad». (El Imparcial).
Estas citas fueron tomadas de la tesis de Orlando Falla Lacayo, cuya lectura es recomendable para quien desee una visión más completa de la autora y su obra. Se titula Algunas observaciones sobre la novela Semilla de mostaza de Elisa Hall, Departamento de Letras, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala, 1977; fue presentada para su graduación como licenciado en letras.
Añade Falla que en la novela hay descripciones detalladas de lugares, ropajes, ornamentos, muebles, libros. «Se adivina la mano femenina que los pinta, pues, no deja de mezclarse en ellos el toque preciosista. Pero no se puede negar sutileza, penetración y delicadeza de intuición en observaciones finas que posiblemente no habrían brotado sino de una mano de mujer. En ese sentido, la escritora logra toques penetrantes y espirituales de cierta hondura, que denotan su tacto de mujer. Tal vez por esa cualidad, la figura del personaje central de la obra no pasa de ser la de un infeliz, inadecuado totalmente para los escenarios caballerescos de la época, que exigían reciedumbre y temple y una complexión maciza y definida en gestos, palabras y hechos. Por esta razón, las actuaciones bélicas, los lances de espada y las aventuras románticas en que se mezclaban las espadas con el vino y las mujeres, parecen, inadecuadas a su cortedad de carácter y a lo menguado de su estatura masculina».
Desarrollar un protagónico de un género diferente al del autor es un reto. Lo sé porque recién terminé Dos corazones, donde Johanna es coprotagonista. Elisa hizo un gran trabajo, pero basta ya de opiniones externas: es el momento de invitar a quienes no han leído Semilla de mostaza a que lo hagan, tanto por el disfrute que les va a generar como para seguir expandiendo el círculo de lectores de esta gran autora.
El libro se puede comprar en las librerías usuales, pero el Centro Pen tiene algunos ejemplares donados por sus familiares, los cuales pueden obtenerse sin costo escribiendo un WhatsApp al +502 3033 3731.
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