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«Por creer hay muchos en la cárcel»

Ésta era la respuesta que daban los cuates cuando uno decía: «¡Yo creí que vos ibas a comprar las entradas al estadio» o «Si yo creí que le gustaba, hombre».


Creer es intrínseco a la naturaleza humana. El desarrollo social y cultural dependen de que creamos lo que nuestros padres y formadores nos dicen desde la más temprana edad. Aprender a hablar se basa en que nos creamos de manera automática y natural el significado de cada palabra.

Con la socialización y la culturización llegan también las creencias de nuestro grupo familiar y social. Religiones, posiciones políticas, actitudes empresariales, prejuicios y muchos otros aspectos de nuestra formación dependen de que nos creamos, sin cuestionar, lo que de pequeños nos dicen. Desde hace tiempo me di cuenta de que es mejor empresaria la hija de un restaurantero o de un tendero que alguien que estudió Administración de Empresas en la Marroquín.

Al ir creciendo vamos abandonando algunas de nuestras creencias y reemplazándolas con nuestros propios descubrimienos, basados en la experiencia y la evidencia que vamos adquiriendo. Otras creencias se quedan con nosotros por el resto de nuestras vidas. He observado que quienes provienen de familias funcionales y estables son más propensos a mantener las creencias que adquirieron en su edad temprana que quienes vienen de familias disfuncionales, que tienen una mayor tendencia a abandonar las creencias de su niñez, en favor de las conclusiones a las que van llegando en el curso de sus vidas.

El balance entre creer y cuestionar es determinante. Creer da estabilidad y cuestionar genera propuestas, ambos elementos importantes para las sociedades. El primero se basa en la fe y el segundo en la evidencia, características y funciones de todo cerebro humano.

La evidencia se basa en la experiencia y en la información que recibimos. En otras épocas, la información estaba limitada a las personas del entorno y a los pocos letrados de las ciudades donde la gente vivía. Es un lugar común decir que ahora la información está al alcance de todo el mundo, a partir de un teclazo; videos, memes, publicaciones y comentarios pueden ser publicados y recibidos por cualquier persona con acceso a una computadora o a un celular.


Este acceso instantáneo y generalizado a la información, a veces indocumentada y hasta falsa, combinado con la credulidad humana, han resultado en paradojas que hace 30 años no nos habríamos imaginado. Quizá la más espectacular es el llamado Terraplanismo, la creencia de que la Tierra es plana. He conocido personas inteligentes y educadas a nivel universitario que defienden el Terraplanismo a capa y espada. Hay otros sistemas de creencias que han cobrado popularidad, como la astrología, el Tarot y los Ángeles.


El problema de creer en cosas para las cuales no hay evidencia es que la mente se desenfoca y deja de ver la evidencia que atañe a aspectos de la vida que nos afectan a todos. Es evidente, por ejemplo, que Guatemala es uno de los países con mayores desigualdades económicas,en América Latina y el mundo. Creer que el futuro de una persona o de un país depende de la configuración de los astros provoca una distracción que impide ver lo que en efecto se puede hacer para reducir estas desigualdades en la práctica.


Creer que la Tierra es plana es una quimera que no hace daño, excepto que fomenta un estilo de pensamiento que se aleja de la evidencia consensuada. Es cierto que la ciencia ha sido mal utilizada por algunos, pero también sigue mejorando y salvando vidas. En general, estar conscientes de la utilidad personal y colectiva de nuestras creencias conduce a vivir mejor, en lo individual y en lo social.


La credulidad es un arma de dos filos. Puede darnos paz y estabilidad emocional, pero puede cegarnos a las realidades que nos rodean. Es bueno y válido cuestionar todo el tiempo nuestras creencias, sin satanizarlas cuando hacen más bien que daño, pero estar atentos para que no se conviertan en prisiones mentales que nos impidan ver y mejorar las realidades que nos rodean.






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