El sabor que deja esta canción de Benedetti y Serrat es que nuestra América se va a salvar, pero demasiado tarde: «Después de hundirte surco a surco y como vieja tumba abrirte; después de alzarte como un hongo y deslumbrarnos como un cíclope, vas a parir felicidad y no habrá almas disponibles. Vas a parir felicidad como una bendición horrible y nadie habrá de recogerla en un futuro que no existe». Es un canto de esperanza, pero en la primera grada del cadalso.
Lo que sucede en nuestros países con frecuencia parece un hundimiento surco a surco. La mañana siguiente al triunfo electoral de Giammattei en 2019, pasé por Villa Canales y al ver a los jóvenes caminando por las calles del pueblo me pregunté cómo podrían, muchos de ellos, haber votado por alguien tan ajeno a sus intereses y aspiraciones; sentí que habíamos cavado un surco más dónde seguirnos hundiendo.
Lo opuesto me pasó cuando se conocieron los resultados de la primera vuelta de las elecciones de 2023 y se supo que Bernardo Arévalo de Semilla pasaría a la segunda vuelta. La pregunta era ahora ¿cómo pudieron estos mismos jóvenes ser tan pilas como para ignorar a los candidatos que tenían mucha más publicidad tradicional y votar por alguien que simbolizaba una esperanza o una lección aprendida.
No voy a hablar de las ventajas y desventajas de los dos candidatos de la segunda vuelta. Pienso que uno de ellos va a crear mejores condiciones para el resurgimiento del movimiento indígena campesino, saboteado por el actual gobierno y por su propia postura inflexible y decidida o lo va a obstaculizar menos, pero eso tampoco es lo más importante. Lo importante es la mentalidad de estos votantes, una minoría del electorado, pero una colectividad electoral decisiva, de esas que cuentan.
Algunos dicen que el verdadero triunfador de estas elecciones fue el abstencionismo, del 39.9% del padrón electoral. Otros que fue el voto nulo, del 17.2% de los votos emitidos, sumado a los votos en blanco, que fueron el 6.9%. El abstencionismo representa indiferencia, dejadez o pereza, en proporciones que no se puede conocer. No todo el abstencionismo puede considerarse una manifestación expresa de rechazo a los candidatos sino, en el mejor de los casos, que al que no va a votar le da igual. Los votos nulos y los votos en blanco sí significan que ninguna de las opciones convenció al votante, quien tuvo la iniciativa y los arrestos para hacer su cola, meterse a la cabina y marcar sus respectivas papeletas. Los votos nulos más los votos en blanco suman 24.1% del total de los votos emitidos, un porcentaje mayor al de cualquiera de los candidatos que pasan a la segunda vuelta, UNE 15.9% y Semilla 11.9% y muy cerca del porcentaje combinado de los votos de estos dos candidatos, 27.8%.
El 11.9% de votos obtenidos por el candidato de Semilla representan un 7.0% del padrón electoral. Es una franca minoría, pero es una minoría decisiva; una lección para los abstencionistas, los votantes nulos o en blanco y sobre todo para los lagartos que forman partidos con la loca esperanza de darse nombre o conseguir hueso. Ojalá que la segunda vuelta los saque de su letargo, de sus melindres y de su voracidad.
Quedémonos con los 654,534 votantes que eligieron a Arévalo para la segunda vuelta y con ello abrieron las puertas a una depuración de la mafia que nos ha estado gobernando desde que se dieron la mano Jimmy Morales y Álvaro Arzú. Muy pocos de estos votantes conocían el plan de gobierno de Semilla o la trayectoria de Bernardo Arévalo, los cuales eran en su mayoría ignorados a nivel popular, antes de 25 de junio. No fue, por lo tanto, un voto racional. Tampoco fue un voto de protesta, a menos que lo interpretemos como una protesta contra todo el tinglado que se tiene armado el Pacto de Corruptos; es decir, un voto en contra del estatus quo.
Otros partidos representaban una oposición al estatus quo tan decidida como Semilla o más aún, entre ellos VOS y Winaq, pero sus candidatos sacaron sólo el 4.3% y el 1.58%, respectivamente. Si hubiera sido una simple protesta, los votos se habrían repartido en forma más equitativa entre Semilla y estos otros dos. Hubo algo más y llamarlo esperanza sería responder a una pregunta con otra pregunta: ¿esperanza de qué?
Los motivos son más profundos y están enraizados en nuestra historia colonial. Los ladinos nunca hemos tenido una cultura propia y los indígenas nunca hemos tenido nuestro propio país. El voto por Semilla tuvo un alto componente de nostalgia por el país que nunca hemos sido y nunca hemos logrado tener.
Algo análogo pasa con las carreras de antorchas. Los jóvenes ladinos pobres e indígenas corren kilómetros con la bandera de Guatemala y las antorchas encendidas, pero no por esta Guatemala racista, desigual y corrupta, sino por la Guatemala que añoran, la que nunca han tenido y la que saben que pueden tener. Una buena parte de los votantes de Semilla votaron por el país que nunca han tenido, pero piensan que pueden tener.
Esto presagia el fin de los gobiernos corruptos. La segunda vuelta va a potenciar y multiplicar el efecto Semilla. Los electores se van lanzar a las urnas a votar por el país que nunca han tenido y que Semilla les ha logrado representar. Ya se volvieron conscientes de su poder y se volverán aún más conscientes; ya ganaron un pulso y van por más.
El votante guatemalteco ya no se dejará babosear. Las lecciones de la democracia han salido caras y el gobierno de Giammattei se pasó de avorazado, maquiavélico y prepotente. Los electores, sobre todo los jóvenes, dijeron «no más». Van a seguir votando por el país que quieren tener.
No importa si Semilla pierde, o gana y le va mal en el gobierno. Si el Pacto de Corruptos judicializó la política, los votantes cortaron por lo sano y politizaron la toma de decisiones al más alto nivel. Ha surgido una semilla, pero no el partido, sino una semilla de voto inteligente.
La pelota está ahora en la cancha de la clase política. Debe responder, principiando por Semilla y sus integrantes, pues en todos los partidos hay oportunistas y corruptos y éste no es la excepción. Debe responderle al electorado depurándolos, vigilándolos, controlándolos y limitando su esfera de acción; minimizando su participación en la cosa pública, si es que llegara a gobernar.
Igual con los gobiernos que vengan. Tenemos un electorado que está despertando. La pelota está en la cancha de los partidos políticos serios, no los payasos, para proponer alternativas políticas que respondan a la plurinacionalidad del país y a las carencias de una gran parte de su población, derivadas de la exclusión y del racismo. Hemos entrado a una nueva era en la política.
La canción de Benedetti/Serrat termina así: «Vas a parir felicidad como una bendición horrible y nadie habrá de recogerla en un futuro que no existe», pero esta vacuidad viene de Serrat, el catalán que se volvió internacional por medio del español, para conquistar el mundo. Su futuro no existe porque su pasado dejó de existir. No es lo mismo para Benedetti y para los americanos, que tenemos la Historia en cada esquina, en cada rostro, en cada gracejada y en cada cucharada de frijol; en cada pupusa, pocillo de pinol, arepa, choclo o churrasco de las pampas.
Vas a parir felicidad, aunque como dijo Borges, buscar la serenidad es una ambición más razonable que buscar la felicidad. Françoise Sagan acotó «la felicidad es tener buena salud, dormir sin miedo, despertar sin angustia y tener serenidad para actuar». En Guatemala tendríamos que agregarle un techo sin goteras, una barriga llena, un mínimo de letras y no ser un contribuyente forzado a las estadísticas de la desnutrición infantil. Semilla o no Semilla, si la mara sigue votando a su leal saber y entender, le vamos a dar un final diferente a esa canción de Benedetti/Serrat.
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