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Elisa Hall, después del eclipse

Redescubrir buenos escritores causa un doble placer: el de disfrutar sus obras, poco conocidas y confirmar que la notoriedad literaria no depende sólo de la calidad del escritor, sino también de factores sociales que le pueden otorgar popularidad o menosprecio. Por relaciones y amistad, he oído hablar de Elisa Hall de Asturias desde hace varias décadas, siempre en el contexto de una escritora cuya obra fue ninguneada por algunos literatos de su época, usando como pretexto su género y su extracción social. «Miente, miente, que algo queda», yo mismo me mantuve todos estos años bajo la impresión de que Elisa era una guapa niña bien, metida a escritora de historias sobre los orígenes de la familia de su esposo.


Fue, por lo tanto, un deleite leer su novela Semilla de mostaza, publicada en 1938 y su secuela Mostaza, unos meses después. El título proviene de la conocida fábula acerca de la simiente de esta crucífera, que siendo tan pequeña resulta en un arbusto de un metro de altura; Elisa hace una analogía entre los orígenes de Sancho Álvarez de Asturias en España y la numerosa familia guatemalteca que engendró. Mostaza, la secuela, narra algunas de las aventuras de Sancho en su nuevo país y fue escrita en cuatro meses, en respuesta a las críticas y objeciones que la autora recibió a raíz de la publicación de Semilla.


Las dos novelas tienen elementos de los géneros histórico, genealógico y picaresco. Están escritas en una especie de español antiguo: «Su merced, don Fernando Alvarez de Asturias, señor del antiguo solar de Nava y de los de Noreña, Jixon e Trastamara e rico home de Oviedo, tuvo a bien vigilar por sí mesmo la fundición de una campana grande, con labrados y cordones e con el escudo e nombre de su casa, con que donó a la Santa Cathedral, cumpliendo voto que fiziera a la Santísima Virgen con ocasion del milagroso alentar de su esposa, doña María Doriga de Valdez, hija de don Fernan García de Doriga, señor de esta casa de Asturias; la cual viose atacada de fiebres ansí como me dio a luz en el año de gracia de 1640»* La primera oración de Semilla de mostaza da cuenta del nacimiento de su protagonista. Sus capítulos son de dos o tres páginas como máximo, lo cual facilita la lectura, sobre todo mientras uno se acostumbra al lenguaje.


De acuerdo con el estudio lingüístico de Gabriela Quirante en 2012, este lenguaje es «un peculiar castellano antiguo, cuyas reglas fonéticas y morfológicas fueron recopiladas de diferentes siglos; un arduo trabajo realizado por una mente inquieta y divertida, que a modo de pasatiempo, seleccionó e ideó un rancio castellano, con tintes de lengua romance, que burló la competencia en historia de la lengua de muchos estudiosos e intelectuales»*. Elisa no escribió en castellano antiguo, sino en una especie de castellano antiguo, así como John Barth escribió The Sot Weed Factor en una especie de inglés antiguo y no en inglés antiguo. Esta diferenciación es importante porque está en el centro del debate suscitado por Semilla de mostaza cuando apareció; los detractores de Elisa decían que ella se había limitado a reproducir las memorias reales de Sancho Álvarez de Asturias y que no había escrito una novela original, acusándola de plagio.


Se formaron dos bandos: quienes defendían la autoría de Elisa y quienes la negaban. Entre sus defensores estaba David Vela, Rafael Arévalo Martínez, Manuel Cobos Batres y Federico Hernández De León. Sus detractores incluían a César Brañas, Manuel Ávila Ayala, Pedro Arce y Valladares y Luis Beltranena. Elisa se defendió de estas acusaciones y como respuesta escribió, en cuatro meses y en la misma parodia de castellano antiguo, la secuela titulada Mostaza, a secas. También solicitó al Ministerio de Relaciones Exteriores un estudio: «Me gustaría que mi obra sea sometida al examen de filólogos españoles de reconocida autoridad, para que informen si este libro pudo ser escrito en la época en que vivió mi protagonista, o sea entre 1640 y 1711, o si, simulando un lenguaje arcaico, es de confección moderna, razonando desde luego sus opiniones, para darlas a conocer al público»*. Esta petición no fue atendida y no fue sino hasta 74 años más tarde que, por encargo de sus nietos Ingrid Asturias, Luis Flores y Ricardo Flores, la filóloga española Gabriela Quirante realizó tal estudio, diciendo: «Finalizo esta breve reseña de mi estudio....con el deseo de haber puesto punto y final a un largo debate literario, así como la grata impresión de haber devuelto a Hall lo que por derecho le correspondía, recuperando asimismo un texto olvidado, como tantos otros que todavía quedan por sacar a luz de esas grandes mujeres escritoras que, sin embargo, por su condición femenina han quedado silenciadas»*.


Los negadores de la autoría de Elisa fueron motivados, más que nada, por prejuicios de género. Dice Gabriela: «…el debate deja entrever la mentalidad existente durante aquellos años respecto a la diferencia de género. De ahí que lo primero que señalaran los contrarios a la autoría de Hall es que la obra era demasiado buena para haber sido escrita por una autora apenas conocida en el ámbito literario y además mujer». Añade Francisco Pérez de Antón, «El caso de Elisa Hall recuerda el de otras muchas mujeres reprimidas por el poder político, religioso o cultural de su tiempo….Sus críticos dictaminaron que Semilla de mostaza era un texto del XVII escrito por don Sancho Álvarez de Asturias, pues no podían creer que una novela de ficción de tal calidad pudiera haberse escrito en Guatemala, y menos por una mujer»*.


También le achacaban ser una niña bien sin mayores antecedentes literarios, pero Elisa era todo menos una mujer inconsciente. Antes de Semilla escribió la novela «Madre maya, en la que describe el sufrimiento de la mujer indígena, criticando a la sociedad guatemalteca por su discriminación y los problemas de pobreza y alcoholismo que sufre el pueblo»*. Esta novela permanece inédita y de momento se encuentra extraviada.


Vamos ahora a lo principal: Elisa escribió una novela encantadora. Leí las primeras páginas de Semilla de mostaza por mi amistad con sus nietos, pero ya no me fue posible parar. La niñez, adolescencia y juventud de Sancho Álvarez son narradas con ingenio, perspicacia y «calle», aun tratándose de una mujer de las capas medias altas. Sancho, con su buena fe y buenas intenciones, parece un Quijote, al tiempo que su escudero Felipillo es un aceptable Sancho Panza y Petronila, el amor idealizado, una buena Dulcinea. Sus aventuras no son tan espectaculares como las del Ingenioso Hidalgo, pero no dejan de ser simpáticas, entretenidas y cautivantes; uno quiere saber qué pasó después y los capítulos cortos ayudan a mantener el ritmo de la lectura. A veces, Elisa pone de manifiesto un conocimiento shakespeariano del corazón humano, manteniendo una perspectiva ecuánime acerca de los hombres y las mujeres.


Uno podría preguntarse a quién, además de su familia, le interesarían las andanzas de un segundón español que vino a parar a Guatemala, donde fundó una numerosa progenie. Crucial es notar que don Sancho no era un antepasado de Elisa, sino de su esposo José Luis Asturias Tejada. Elisa «fue una mujer que se casó enamorada el 3 de febrero de 1923». Escribió Semilla, entonces, como un agasajo a la familia de su marido, pero siendo una mujer inteligente no quiso hacerlo de manera oficiosa, sino que lo llenó de humor, convirtiendo a Sancho en un hombre común, corriente y simpático y no en un heroico conquistador. Semilla de mostaza es un tributo a la familia de su esposo, guiñando el ojo.


Mostaza, la secuela, fue escrita por Elisa para probar que ella había sido la autora de Semilla. Tiene menos frescura y deja entrever el desengaño que debe haber sentido cuando le negaron la autoría de su primera obra. Es igual de simpática y se deja leer con la misma facilidad, pero uno presiente, detrás del hombro de la autora, la sombra de la inmerecida crítica literaria convencional de la época. Igual, se mantiene la maestría de la primera novela y uno no quiere que se termine; su final, venturoso y equilibrado, confirma la inteligencia de la joven autora.


Los escritores escriben porque no les queda alternativa, porque no tienen remedio. A Elisa le pasaba lo mismo: era una escritora; una buena escritora. Escribió Madre maya, Semilla de mostaza y Mostaza porque tenía que hacerlo. En el fondo, no le debe haber importado mayor cosa que algunos hayan dudado de su autoría: ella sabía lo que había escrito y su calidad, y con eso debe haber sido suficiente. Aun así, aunque de manera póstuma, sus novelas están recibiendo el reconocimiento que merecen y lo seguirán haciendo. El eclipse que le causaron algunos literatos prejuiciosos está pasando.



Levanto una copa de celebración por haber encontrado a esta impecable y simpática novelista relegada al olvido por un tiempo que espero sea breve; espero también que Madre maya aparezca y sea publicada. En todas las disciplinas hay estereotipos y la literatura no es la excepción. Centrarse en los textos mismos y en la congruencia personal de los autores es la principal posibilidad de salvación.


(*) Todas las citas han sido tomadas de: Elisa Hall, Semilla de mostaza, Memorias fidedignas de Dn.Sancho Alvarez de Asturias, Cavallero del Siglo XVII, en las quales relata las muy curiosas aventuras que le acaecieron en España y en el Reyno de Goathemala, 1938 -1939. (Guatemala: Magna Terra, 2012) 528 páginas.

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